La mierda, en Madrid, nos llega hasta la cintura; algo que no es de mucho temer porque siempre hemos estado con ella hasta el cuello. Las basuras ocupan parte de nuestra cotidianeidad visual gracias a la inestimable contribución municipal de la alcaldía presidida por Ana Botella. Hablamos de algo terrenal: los desperdicios que pueblan las calles madrileñas se han convertido en ciudadanos de primera.
El esplendor de la Villa y Corte también ha sufrido recortes a pesar de que su promoción exterior siga presentándola como la ciudad de las compras y el turismo. ¡Arriba Madrid shopping!, sin ejercitar un tendencioso brazo en alto, convirtiéndose en falacia de la excelencia. Los politicos comercian con su imagen a nuestras espaldas mientras nos sepultan en el guetto de la mierda acorralada en nuestras calles.
La Puerta del Sol sostiene con dignidad su esplendor cosmopolita: la porquería amontonada es variopinta. Ha perdido el título de kilómetro cero en la epopeya de las basuras. Allá por donde pises, Madrid es una completa zona cero, víctima de la incompetencia municipal.

La mierda ha salido de las cloacas para instalarse en las avenidas y conversaciones del madrileño. La mierda dialéctica, aquélla que no tocamos pero sentimos, se ha materializado. La torpeza de Cibeles apesta; la mala imagen madrileña atraviesa fronteras y en el extranjero se nos contempla como caos fétido. Hemos dejado de ser el culo de Europa para convertirnos en la mierda del mundo.
Visconti y Thomas Mann pasean juntos por los bulevares, rondas y travesías de Madrid: deprimidos; incapaces de superar la locura de un nuevo delirio surrealista. Descubren la segunda “Muerte en Venecia”.

La basura se ha convertido en intruso abierto que se mezcla entre los pasos del viandante: foráneo y oriundo. Los turistas se ven obligados a enfocar sus cámaras hacia el cielo contaminado de una ciudad con malos humos. La boina de Madrid ha encontrado competidor en los detritos almacenados por sus avenidas. El sucedáneo marítimo de Madrid Río cobra algo de protagonismo límpido.
La basura sepulta la pachorra de Botella y, por extensión, a lo madrileños que lo permitimos. Esta alcaldía le viene grande en su pequeño jardín.

La imagen de Botella ha ganado en suciedad. No todos están contentos dentro de su partido. Las voces disonantes sobre cómo maneja esta crisis mugrienta se escuchan off the record; nadie da la cara pero un malestar planea por el PP madrileño.
Unos sueñan con su cabeza política, otros con que repare lo innegociable. Por los pasillos de la disertación política se pide un rápido cambio de actitud. De cara al público, frente al microfono abierto y pluma rápida, sus contertulios de partido cierran filas; bien apretados. Botella está sola excepto para la foto oficial. Menos jacuzzi (Madrid Arena) o relaxing cup of café con leche y más preocupación hacia el ciudadano; menos vender imagen externa y más dedicación a mantenerla lustrosa desde dentro.

La basura que se hacina por las calles madrileñas no parece salpicar al consciente endiosado de Botella mientras sostiene la sartén municipal por el mango.
La alcaldesa, olvidándose de la servidumbre cívica que debe a sus vecinos, se convierte en señor@ fuedal@. La basura es nudista por naturaleza y el Ayuntamiento no multa este exhibicionismo; deja que campe con su atuendo desatendido. Mobiliario integral de contaminante tufo moral y perjuicio colectivo. Este conflicto come de nuestras sobras y se ríe de nuestras demandas.

¿El despido masivo superior a 1000 trabajadores es el primer escollo a salvar para que la empresa privada consiga el control absoluto sobre nuestras basuras? OHL, FCC y SACYR son entidades que participan como adjudicatarias en el servicio de limpieza madrileño. ¿La privatización amenaza al sector? Esto huele a negocio.
Mientras, la polémica se debate entre siglas (ERE, ERTE) que preocupan al ciudadano e interesan al empresario furtivo. Los políticos, de nuevo, mareando la perdiz. ¿No acabarán tontos?

En Madrid, las gaviotas han escondido sus alas; es entorno de secano. Una capa de chapapote maloliente las impide alzar el vuelo. Ana Botella ha quemado el último cartucho en la feria de sus vanidades.
La basura callejera, al final, destapa la basura política. Se mezcla con ella. Fermenta al dictado de la nulidad regidora.
Montoro estará contento porque las montañas de barreduras apiladas en las calles madrileñas son una prueba de que se genera consumo. Reciclemos nuestros residuos para no ensuciar y acelerar el despido. Es hora de jubilar a trabajadores innecesarios; no generemos gastos que ensucien los beneficios de algunas empresas.
¡A la basura con el asalariado!; entonces, la huelga habrá tenido sentido y quien maneja la sartén por el mango habrá frito bien los huevos.