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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

¡NIÑOS: A LA CALLE! (CON MODERACIÓN)
El gobierno plantea dejar que los niños salgan a la calle acompañados como medida para mermar los efectos sicológicos del coronavirus

JGS

Los niños podrán salir a la calle acompañados por una persona mayor y por tiempo determinado
 

Cuando un barco hace agua, el grito de los niños y las mujeres, primero impera. El cine se ha encargado de dramatizar esta exclamación en boca de los pasajeros del Titanic. En las situaciones de hambruna, hoy tan comunes, ese orden se respeta con caballerosidad. Las criaturas famélicas nos sobrecogen por su postal, hacinadas en chozas construidas con palillos. Pensamos poco en que esa endeblez les impide corretear, jugar, vivir mientras mueren aprisionados en brazos de su madre. La catástrofe del siglo XXI, eclipsando las sequías tercermundistas, las inundaciones que cada vez son más europeas, las guerras, el aire contaminado, la deforestación de la selva amazónica, las decapitaciones por motivos religiosos o las lapidaciones, se llama COVID-19. El coronavirus nos ha obligado a morder la reclusión, a que los perques del mundo acomodado exploren los límites del redil familiar; a descubrir el valor de la cercanía social que hemos perdido, a que los padres ensombrezcan al ordenador. Esta pandemia nos ha hecho comprender que somos una unidad vecinal dirigida por intereses y necesidades comunes. Es la Torre de Babel contemplada como alegoría histórica.
Llevamos más de treinta días acarreando el confinamiento y la fatiga comienza a inquietarnos. El encierro iniciado como cachondeo pasajero es una cárcel restrictiva. La aventura desconocida ha alcanzado el pico de angustia imparable. El cascarón de este trasatlántico doméstico se resquebraja. Exigimos esa privacidad que el coronavirus ha arrebatado; compartir entre paredes oscuras es una esclavitud.

Estamos asustados ante la soledad de la clausura que no sabemos gestionar. La voz política ha comenzado ha decir que los más pequeños tienen que repoblar el paisaje urbano y abandonar la rutina de un encierro que no es eterno. Pediatras, sicólogos y gobernantes, de repente, han proporcionado al chaval la importancia que hasta ahora no tenía. Lo han situado como punta de lanza en su batalla. El lehendakari Urkullu y el presidente de la Generalitat, Quim Torra, esbozan, cada uno a su manera, la presencia de los más jóvenes en la calle; el ministro de Sanidad, Salvador Illa, puntualiza que esta decisión ‹‹corresponde al Gobierno›› durante la pandemia; la vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís, aboga por liberar a los mayores de 12 años cuando los más pequeños abandonen el estado cautelar. Todos son síntomas de la fractura territorial que se niega a visitar la UCI. Saldrán de casa despacio, guardando la distancia de seguridad con vecinos y extraños. Irán en fila india como una procesionaria sin cadena pero encadenados; la mano al frente para asegurar el espacio es optativa. Serán muñecos lobotomizados cumpliendo una labor social: la integración de iniciativas políticas. Quienes no superen los 14 años podrán acompañar a un adulto al banco, al estanco o a la farmacia; tendrán prohibido pasear y montar en patinete. Podrán ir a sacar dinero, a por unos pitillos o a recargar su mochila con preservativos que no maten el sexo virtual. ¿Cómo se convence a un niño de que es posible abandonar el hogar pero sin dar brincos, de que sólo está permitido ir al parque en marchas controladas para volver junto a los padres con rapidez?
En el hipermercado, el distanciamiento social no existe excepto para quien pueda aislarse con métodos de yoga metafísico. Luisito no toques esto; Sandrita, que te manchas. Son esos locos bajitos de Serrat que no pueden reprimir el sentido innato de la curiosidad y mucho menos en nombre del coronavirus. La seguridad en lugares cerrados ni confirma ni mejora el bienestar infantil. Hay que dejar salir a los más pequeños para que las viviendas se ventilen.

La inquietud de los más jóvenes choca con la tranquilidad de los mayores. El nervio infantil se abalanza contra los sofás, necesita espacio para desfogar su vitalidad. El niño se convierte en protagonista, hasta ahora silenciado; objetivo del estrés que apunta al trauma sicológico. Se contagia y contagia en su singularidad sin ser una bomba microbiológica pero sí contenedor de gérmenes. Transportadores, difusores de la enfermedad, transmisores silenciosos, vectores son más que terminología lingüística con matices políticos.

Los niños sanos salen a la calle, los contagiados se quedan en el círculo residencial. ¿Esto es un derecho o una discriminación? ¿Los de pueblo tienen más masa madre que los urbanos? ¿Será lo mismo llevar al niño al súper que sacar al perro? ¿Se ofrecerá alguien para llevar al hijo del vecino; la intimidad dinamizará el trabajo... encubierto? Son población frágil que no puede usarse como experimento pediátrico ni sociológico. Hace días, su espontaneidad se inmortalizaba en las redes sociales como influenciadora solidaria de espíritu viral. Ahora, la gracia empalaga y aburre. Mientras tanto, esta cuarentena también está atacando a los ancianos que no pueden abandonarse a la responsabilidad individual: ellos también fueron chiquillos.

 


JGS

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