Cuando llega la Navidad, tenemos que estar alegres porque la tradición manda. Alguien pone el listón en un premio de lotería, otros lo sitúan en los turrones, los regalos o en las fiestas multitudinarias que rompen tímpanos y despueblan bolsillos. La presencia de Papá Noel hasta en la sopa es un símbolo de integración cultural con oficina en Finlandia. Los Reyes Magos se hacen esperar hasta el final de la traca. Navidad es permitir que los pequeños disfruten de los obsequios el mayor tiempo posible antes de regresar al colegio.
Putin nos está amargando la existencia pero, en estas fechas, el bárbaro moscovita es menos malo, o así lo queremos hacer entender. El precio de la electricidad y el gas está intocable, las facturas impagadas se acumulan. La cesta de la compra se encarece cada día. Se confunde gasto excesivo con celebración.
Todavía estamos aprendido a convivir con un virus convertido en familia. La gente se reúne con mayor facilidad que hace dos años, incluso uno, aunque el el miedo palpite en conciencias que ahora anteponen las ganas de juerga a la prudencia. La batalla a la COVID-19 no ha acabado pese a que alguien la de por ganada. El miedo nos hizo más solidarios para demostrar nuestra vulnerabilidad. Todo es una mentira en un escenario acartonado. Los carros de la compra bien cargados en cualquier supermercado dan fe de que la clase media no ha muerto. La subida de precios no ha frenado el consumo de productos navideños en los hogares españoles. La media de su gasto por estas fechas se cifra en 634 euros, un 0,4% más que en 2021, según la consultora Deloitte. Ahora, llenar la nevera es un 15,4 % más caro que hace un año. El ocio y la restauración, a pesar de que no han podido asumir los costes de esta crisis, verán cómo el consumidor incrementa el gasto en estos sectores un 29%.

Las calles se han dejado avasallar por una banda sonora de cancionero popular. Sólo hay que darse un paseo por las arterias de cualquier ciudad para sentir el acoso del mismo hilo musical repetido anualmente por estas fechas. Los villancicos se mezclan con los viandantes abarrotando paseos comerciales, llenos de bolsas con esas compras que favorecen la esencia del momento. Una Navidad sin ellas es como un camello sin jorobas. La muchedumbre corea las estrofas que conoce. La felicidad es un signo exterior que se expone en los escaparates. Cuesta dinero. ¿No sería más barato tenerla todo el año de manera escalonada, en píldoras pequeñas? Es la época dorada para que las cajas registradoras de las grandes superficies se fatiguen en el trabajo recaudador. Ahora toca gastar. La cuesta de enero se encargará de hacernos padecer y protestar por lo caro que está todo, lo difícil que resulta llegar a fin de mes. ¿Será el despertar de una hipnosis transitoria? También llegarán esos kilos de más con tacto grasiento, adheridos a la piel de una vida rica en calorías y frialdad. El espíritu navideño es una mercancía con la que todos queremos ser ricos momentáneamente mientras que el millonario de verdad no necesita estas celebraciones para demostrar su poderío económico.
La decoración callejera es un anuncio publicitario con el mensaje ¡cómprame! La nieve, un recuerdo para los mayores, una desconocida para los jóvenes y una especie extinguida para todos. Embellecemos el chasis de un entorno agobiante con papel de plata sobre ríos medio secos e iluminamos las avenidas con luces nocturnas que nos convierten en niños. Algunos guardan su estallido para el 22 de diciembre en una competición donde la suerte impone su ley y los deseos decepcionan a la mayoría. Siempre queda la salud como consuelo, inexistente hasta ahora. Un maldita sea no para de martillear las ilusiones que deben conformarse con turrón barato.

Ucrania lo está pasando muy mal; el mundial de fútbol catarí ha sido una puñalada contra los derechos humanos celebrado a las puertas de la Navidad; sus promotores, entidades cegadas por el dinero en vez del espíritu solidario. La respuesta de OIeg Nilov, diputado en la Duma del partido Rusia Justa, a la carta de un niño ucraniano que pedía un cohete para Navidad, es vergonzosa: ‹‹El niño Vova, de Kiev, sueña con cohetes. Vova, recibirás muchos cohetes››. El sorteo de una prostituta entre los militares del cuartel del Bruc de Barcelona, indecente. La promesa que Silvio Berlusconi hizo a su equipo, el AC Monza, durante la cena de Navidad de traer ‹‹un autobús de prostitutas›› a sus jugadores si ganaba a uno grande, insultante al deporte y al respeto. La lista sigue con la emergencia climática, hambrunas, guerras cada vez más asimiladas, miedo a su cercanía, amenazas de líderes que juegan con el destino internacional, diplomacia miedosa, excusas para no parar los pies al asesino porque las naciones que lo condenan dependen de él, desgaste de una política nacional polarizada, calificar de terrorista a quien nos conviene, seguir anclados en un pasado que muchos no han asumido, negar un futuro a las generaciones venideras. Estos son los presentes que el primer mundo por la cola se intercambia. Todos debemos sentirnos alegres porque toca. Porque el enfado ahora está peor visto que el resto del año. Deseo para todos hechos que nos hagan felices.