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FATALES COINCIDENCIAS
Película "La Última Casa a la Izquierda".

J. G.
(Madrid, España)

La Última Casa a la Izquierda

El terror, en los parámetros cinematográficos, es una sensación subjetiva, sujeta a planos, luces y un argumento sostenido. Decir Wes Craven y Sean Cunningham es hablar de nombres representativos del género. El primero inauguró el terror para adolescentes con “Pesadilla en Elm Street”, aunque los amantes del cine terrorífico recuerdan con más gratitud la trilogía “Scream”. En cuanto a Sean Cunningham, ha inundado alguna Noche de Halloween con las secuelas sangrientas de “Viernes 13” o “House, una casa alucinante”. A caballo entre el cine de culto y los subproductos cinematográficos. Los grandes directores tienen altos y bajos, como las buenas películas de terror. La vocación de reinventar al genio se arriesga a caer en el anonimato del olvido. La dirección del griego Dennis Iliadis debuta en el cine norteamericano con un trabajo correcto, paisajístico.

“La Última Casa a la Izquierda” basa su interés en las actitudes de los personajes: el psicópata Krug (Garret Dillahunt); su hermano sádico Francis (Aaron Paul); un hijo anulado, Jason (Spencer Treat Clark); y una novia perturbada, Sadie (Riki Lindhome). Son actores con un potencial destructor individual elevado que se valen del clan formado para engrandecer su vileza sádica. Un conjunto de sociópatas que aparece en la vida del matrimonio Collingwood: Monica Potter (Emma) y Tony Goldwyn (el doctor John). El azar se convierte en una coincidencia peligrosa para la pareja. Krug y su grupo de enfermos mentales son un muestrario de frialdad, egocentrismo, soledad y despojo inhunano. Su condición asesina está ligada al placer, el devenir de los acontecimientos les llevará a la necesidad de reafirmar su brutalidad. La intensidad con la que comienza su trama psicópata se va apagando en escenas débiles y sangrientas.

Los víctimas llegan por azar, no hay nada estudiado. La venganza fría y calculada no existe, es visceral. Todo se hace para sobrevivir ante algo que nadie había previsto.
Mari (Sara Paxton) encarna a la hija de los Collingwood. Verá como el ser campeona de natación se convierte en algo más que un hobby. Son veinte segundos cargados de dramatismo en una escena que pasa desapercibida y no conviene olvidar.

La película puede definirse como un film de familias. Hay violencia sin venganza (hasta el último momento), es supervivencia. Todos haríamos lo mismo. Mari Collingwood (Sara Paxton) y Paige (Martha MacIsaac) podrían ser las niñas de Alcáser mostrando con todo lujo de detalles su destino.

La belleza del azul boscoso destaca en la épica asesina. Los primeros planos de Mari en busca de la salvación braceando entre el fango del bosque son cumbre del primer plano angustioso.
Un sádico Francis (Aaron Paul) borda su neorosis con una mirada lujuriosa siempre hambrienta de sangre. La timidez de Jason contribuye a crear un clima de elegancia morbosa, casi macabra. Su silencio es una repulsa clave hacia lo que va a suceder.

La primera versión de “La Última Casa a la Izquierda”, rodada con bajo presupuesto, Wes Craven como director-guionista y Cunningham en la producción, fue considerada una película de serie B. Su aparición dio un giro al cine de terror, mostrando las escenas violentas si tapujos, destapando el puritanismo hollywoodense. Hoy en día, asqueados de brutalidad visual (no sólo en el cine), no pilla tan de sorpresa. Quizás la psicología criminal sí que encuentre puntos interesantes en ella, hasta constructivos, para aclarar un poco más los oscuros caminos de la irracionalidad humana.

Los martillazos y cuchilladas se mueven a sus anchas entre la locura y la supervivencia. Gags del terror.

La banda sonora está repleta de golpes y portazos. La música de John Murphy es reseñable por su musicalización de cierrre. Las canciones finales “(Alternate Version)”, una melodía de guitarra rasgada y “The End” devuelven a “La Última Casa a la Izquierda” ese clima de miedo que no despiertan las armas. Su sonido, sobre el fondo negro de los créditos, consigue crear un tono más lóbrego que el desarrollado durante la película. “Opening Titles” construye la atmósfera envolvente del terror tranquilo. La tecnología, con sus efectos sonoros y visuales, ha puesto a la película más allá de la serie B. El final lleva la firma de Wes Craven, de su humor más corrosivo y sádico.

La producción Craven-Cunningham-Marianne Maddalena es una globalización splat pack (sangre y vísceras a mogollón).

 

J. G.

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