Las dos entregas que Sam Raimi hizo de Spider-Man llevaron a pensar en la pérdida de un buen director de cine. Los amantes del género terrorífico no le olvidarán gracias a la trilogía de Posesión Infernal. Regresa a la gran pantalla con dosis de miedo superficial y pintorescas notas de humor en Arrástrame al Infierno. El título de su nueva película suena a luciferino; los carteles promocionales simulan la presentación de otro juego para PC dirigido a adultos. El gesto aullador de su protagonista, Christine Brown, no se sabe si ha sido congelado por el miedo o es presa de un orgasmo diabólico.
Si te pierdes, o no memorizas, el principio de la película, por insustancial que parezca, no saborearás la conexión entre las escenas que Raimi ha construido.
Alison Lohman, Christine, es una aspirante a subdirectora de banco modélica: joven, eficiente en su trabajo y con sed de triunfo, algo que se convertirá en secundario. ¡Los bancos, esos devoradores vidas despojados de escrúpulos! ¿Se ha inventado un terror mayor que presentarse ante su director para pedirle un aplazamiento en el pago de la hipoteca? La situación no se le escapa a la protagonista de Los Impostores. Su tarea consiste en aliviar la angustia de los ciudadanos, sin perjudicar a su empresa. Se debe a ella mientras, en una escena que dura segundos, tiene al corazón debatiéndose entre la humanidad o la promoción profesional. Ser chica del montón o convertirse en la elegida. Por una vez, los empleados son los acosados y no los clientes.
Tiene los pies sobre la tierra salvo cuando su tranquilidad matemática se ve rota. La Sra. Ganush, Lorna Raver, es la sufrida ancianita que recurre a Christine como tabla de salvación para sus angustias. La impotencia hace que nos humillemos ante la deshumanización bancaria.
El misterio que encierra el personaje interpretado por Raver es mitad zíngaro mitad espectro. Su físico: humano y oscuro, cómico y repulsivo; no necesita del diálogo para completar las escenas. El hecho de que no sea un actriz conocida le confiere ese aire poco glamuroso que se aleja del guión marcado. Es un ser que vive en el anonimato de la vejez capaz de reencarnarse en eternidad. Su trabajo interpretativo es meritorio por la intensidad que despierta en su personaje, ya de por sí con fuerza.
Los males de ojo funcionan, las almas en pena existen gracias a ellos. Los efectos especiales son aderezos que contribuyen a la creación de una realidad irreal.
Arrástrame al Infierno deja caer en su metraje a varios miembros de la familia Raimi, algo interesante como curiosidad: su hermano Ted Raimi, Lorne Raimi (su hijo mayor con Gillian Greene); Henry Raimi, su descendiente más joven y Emma Raimi, la hija del director.
Christine Brown es afortunada al tener un jefe que delegue en ¿sus? decisiones. Es afortunada al contar con un novio comprensivo como Clay Dalton, interpretado por Justin Long. Su amor es superior al escepticismo hechicero; es el hombre perfecto, el chico suave de tus sueños.
El mundo espiritual se enfrenta al de la voluntad humana. Videntes, sombras monstruosas y trucos cinematográficos se dan cita en lo nuevo de Sam Raimi. ¿Quién no tiene miedo a las ánimas.... aunque no crea en ellas?
El terror de Arrástrame al Infierno, como en la mayoría de películas del género, está atado a los efectos especiales. Un planteamiento más psicológico hubiera conferido mayor voracidad y veracidad a la historia. El cambio de luces trascurre entre chelos que se confunden con puertas chirriantes y notas de La Patética, la Sexta Sinfonía de Tchaikovsky en RE menor. La música es un elemento que llega a adquirir una presencia tan importante que resulta imprescindible. El genio ruso escribió esta obra para manifestar sus temores ante la muerte cercana. Es la sinfonía entre la Existencia y la Nada. La película ha buscado el sufrimiento de la maldición, alejada de la patología o lo mórbido. Christopher Young, famoso por sus trabajos musicales en Hellraiser 1987, The Grudge 2 2006 o Spider-Man 3, junto a Danny Elfman en 2007 aporta un toque de clasicismo truculento.
Vivimos en un mundo gobernado por la competitividad laboral, donde todos buscamos lo mismo, cada uno a nuestra manera: un aplazamiento en las deudas con el Destino.
