El amor hacia otra persona no es compatible con la palabra pertenencia. Cuando el flechazo surge de una pulsión sexual puede desencadenar en un fenómeno tormentoso. El torbellino que el frenesí arranca del alma humana, y del deseo erótico, es tan honesto en la película que firma Antony Cordier que desde el comienzo está predestinado a un final suicida. Resulta difícil luchar contra el proteccionismo que nuestro corazón esconde. El aperturismo de mente es más difícil de domar que el continuismo y cuesta conservarlo.
“Four lovers” expone la fragilidad del sentimiento humano, se recrea en un deseo carnal que va ganando terreno interiormente. También deja entrever la fragilidad de este entorno, resbaladizo y mortal. Para apreciar el valor de esta película hay que observarla desde la barrera; la implicación puede llevar al desengaño. Sucumbir a su tentación supondría seguir el juego a los protagonistas y cometer sus mismos errores. Dejarse arrastrar por su corriente nos empuja a sobrevivir en la adolescencia sexual de cuerpos necesitados de nuevas experiencias. |
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El juego seductor comienza desde los primeros guiños de insinuación silenciosa entre Vincent y Rachel. Cuando sus respectivas parejas entran en el círculo de esta amistad, surge el huracán. La intencionalidad no verbal disparada sobre ellos, Teri y Franck, desvela un volcán descontrolado. El amor echa chispas desde el primer instante que se miran, se rozan, se besan. Lo que al principio parece una atracción visceral estalla en una orgía de anhelo sexual, desbocado. Ambas parejas poseen la gallardía de no esconder esta adherencia, manifestándola al compañero desde el primer instante. En este sentido, ”Four lovers” se manifiesta turbadora para algunos, indecente para otros; muchos la observan como un ejemplo del poco peso que tienen las ataduras sociales como el matrimonio. ¿Debo mantenerme fiel a mi pareja o ser sincero mostrando un deseo irrefrenable que acaba de invadir mi cuerpo? ¿la infidelidad es más poderosa que la fidelidad para conservar una relación? Hay valentía en la postura de sus protagonistas.
Lo tórrido de sus encuentros amorosos manifiesta una relación carnal libre.
Este torbellino ardiente arranca débil y estalla en un masaje fisioterapéutico que enferma la pasión. Demasiado fortuito, poco creíble... pero real. Su fuerza escapa al rigor del guión escrito. El sexo, previo acuerdo desde ahora, se comparte con la nueva amistad. Se establecen normas para no romper la armonía del tesoro encontrado: la más importante, no inmiscuirse en esta relación. Sobre el papel suena honesto; en la práctica, una sensación posesiva sobre el otro irá desmantelando lo convenido. |
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La norma va destruyéndose, se produce un enfrentamiento entre las personas. Es una lucha donde el dolor comienza a hacer mella. Un dolor que no aguanta la presión de tanta responsabilidad: mantenerte fiel a la infedilidad conocida. Sexo voluptuoso, pocas situaciones de amor tierno; el respeto se convierte en una espina sangrante. El hecho de querer romper el pacto se ve como un deseo de recuperación; parce que el juego de intercambios molesta. Sin embargo, esa pasión por el otro sigue estando vigente en el fondo. “Four lovers” desvela la incapacidad de poner límites y respetarlos. Sigue latiendo un dolor interno de deseo incapaz de vencer este ejercicio de sinceridad sexual. |
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