Hubo una época en que las mujeres españolas viajaban a Francia para ganarse las perras. La realidad económica las convertió en exiliadas por necesidad. Segovianas o burgalesas, gracias a su remilgo en las tareas domésticas, estaban muy cotizadas entre las damas de la burguesía francesa. En “Las chicas de la 6ª planta” se encasilla a la mujer española de los años sesenta bajo los tópicos de la religiosidad, alcanfor y la limpieza; por otro lado, eran sinónimo de algarabía y fiesta constante Tenía fama de pulcra, trabajadora y reservada. Puesto que el mercado laboral aún no había caído bajos las fauces de las ETTs, tenían que venderse demostrando sus habilidades mezclando el salero con la eficiencia. Es la otra cara del mercado laboral. Se vivía de sueños y de trabajo.
Su sacrificio fue dejar sueños y familia ;todo excepto el sentimiento de nostalgia que se resume en el tópico musical y gastronómico. La llegada a suelo extranjero tenía un fin pecuniario.
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El sueño de un futuro más próspero en España alimenta el entusiasmo de estas mujeres que viven en un entorno circular, con corazón de gueto. Su relación con el exterior se produce en grupo, no hay secretos entre ellas porque forman una unidad. El edificio donde habitan las proporciona un entorno cerrado propicio para la mezcolanza lingüística, construyendo un francés españolizado tratado a mono de jerga. Otro tópico del chiste españolito. El edificio donde vivían estas femmes de menage representaba una ciudadela con baño compartido.
La presencia del señor Joubert, un divertido Fabrice Luchin, aporta juventud al inmueble y abre nuevas puertas al hermetismo cartesiano de su comportamiento. Es un hombre que vive a caballo entre la lástima y el agotamiento. Le puede la rutina de un encorsetado círculo burgués hasta que descubre la frescura de estas seis mujeres. La dulce silueta de María (una radiante Natalia Verbeke), su lozanía suave, remueven los cimientos de un hombre apoltronado en la comodidad social y el hastío para su comenzar a pensar en hoy más que en mañana.
Cuando las tareas domésticas terminan, surge otra vida entre ellas. Nace el espíritu comunitario mientras sueñan despiertas y viven hermanadas por la misma miseria: la visión de un hogar lejano. |
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