La anarquía reinante en
“La boda de mi mejor amiga” obliga poner todo en orden a la mayor brevedad sin andarse con medias tintas ni despistar la atención por derroteros descriptivos de un paisanaje casamentero.
Judd Apatow, en su faceta de
productor, es maestro de la carcajada comediante, mezcla de tontería y sentido del humor improvisados. Paul Feig dirige una película de bodas gamberra cuyo colorido anda más cercano a la realidad que a las caravanas de princesas, algo inusual para estas cintas. Se aparta de la norma. Los creadores de la película se han percatado de su exceso en las carteleras y tiendas de DVDs y el trabajo conjunto de Anne Mumolo y Kristen Wig en el guión ofrece una anticomedia de situación con tintes matrimoniales.
El evento social que una boda supone necesita una organización, el temple de alguien que estructure los previos de este acontecimiento de limusina festiva. Un compromiso que, muchas veces, por quedar bien acometemos con más dudas tácticas que decisión imaginativa. La dama de honor parece ser más importante que la novia, quedando en segundo plano, escondida entre los planes de despedida que su séquito le tiene destinados. Un honor que desenmascara un pique femenino, desvelando personalidades diversas: sencilla y luchadora Annie (Kristen Wiig) frente a la restregona y poco creativa Helen (Rose Byrne). El alivio cómico de Megan (Melissa McCarthy) abusa de confianza.
El premio musical llega con el cameo en directo de
“Hold On” en las voces de las Wilson Philips, con Carnie entradita en kilos.