F. G.: ¿Cómo ha trabajado el papel?
F. P.: Lo he abordado por capas sucesivas, como un milhojas. Primero, consulté toda la documentación que existe sobre ella. Afortunadamente, se entregó en tal medida a los media que hay artículos por doquier, y dos biografías: “La cara oculta de la exprimera dama”, de Laurent Léger y Denis Demonpion; y “Cécilia”, de Anna Biton. Por el contrario, hay pocas películas sobre ella. Por suerte, di con una emisión televisiva de Envoyé Special, de 2002, que me ha ayudado mucho. En aquel momento, Sarkozy y ella estaban en la Plaza Beauvau, y se la ve en el ejercicio de sus funciones, mientras hace esperar a los prefectos, o mientras pasa tiempo con su hijo, etc. También vi imágenes televisivas de la pareja Sarkozy yendo al archipiélago de Guadalupe en un intento de reconciliación. Esto devino una formidable fuente de información por lo que se refiere a su gesticulación y posturas.
F. G.: ¿Y la voz?
F. P.: Al principio, trabajé un fraseo particular, pero desde que hice una primera lectura junto a Xavier Durringer, éste me aconsejó que me olvidara: dado que no se conoce la voz de Cécilia, contrariamente a Sarkozy o Chirac, nadie se acordará de su modo de expresarse. Más bien me aconsejó partir de mi propia voz y procurar no encallarme con esa obligación. De este modo, me centré en la gesticulación, la actitud y los movimientos, y la compostura, que son muy reveladores de un personaje. Pero necesitaba un «espejo» para mesurar mis progresos, y entonces me puse en contacto con una amiga actriz, Juliette Coulon, que me ayudó mucho.
F. G.: ¿Cómo se produjo su transformación física?
F. P.: Lo más complicado fue que yo estaba rodando hasta el cinco de agosto, y el rodaje de La conquête se iniciaba el dos de agosto. De tal modo que no pude «transformarme» en Cécilia hasta el seis de agosto. Y entonces me di cuenta, una vez más, que cuando empiezas a parecerte a tu personaje una se mete con mucha más facilidad en su piel. Por lo que cuando me tiñeron de morena, tuve los ojos azules, y medí diez centímetros más, todo cuanto había acumulado sobre Cécilia cobró sentido en aquel físico del que poco a poco me fui apropiando.
F. G.: Tal y como se percibe en la película, era la única mujer en un universo de hombres…
F. P.: Si, y creo que lo pagó con creces, por lo demás. Lucho denodadamente por hacerse un lugar: de aquí esa rivalidad con los «Sarko boys» como se percibe en el film. Hay que tener en cuenta que era ella quien más cerca estaba de «Dios», ¡quien hablaba directamente con él! Él la llamaba constantemente, le pedía su parecer y le consultaba todo. Pero me da la impresión de que detrás de ese voluntarismo de mujer fuerte, con puño de hierro, también había una mujer que luchaba contra su malestar permanente, su timidez, su necesidad de preservarse: de ahí esa aparente frialdad. Tenía responsabilidades aplastantes mano a mano con su marido, mientras temía el mundo de la política. No hay duda de que esa contradicción le generaba una gran confusión, e incluso agresividad. Mientras la encarnaba, pensaba constantemente en ese desajuste existente entre la persona que resulta ser profundamente, sin duda alguien muy reservada, y la imagen de sí misma que proyectaba.
F. G.: Sarkozy también podía mostrarse tajante a su vez…
F. P.: Es cierto que Cécilia fue víctima de los desaires brutales de su marido, incluso ante sus asesores. En las dos biografías consagradas a Cécilia, se capta perfectamente que ese cambio de tono se produce en el momento en que Sarkozy se hace con la UMP: ella está en desacuerdo con él, pues no sólo tiene la sensación de que Sarkozy va a trivializarse, sino que también la vida privada de ambos va a sufrir una gran sacudida, y lo que siguió le dio la razón.