COMENTARIOS DE RÉMI BEZANÇON Y PIO MARMAÏ
Director y protagonista Nicola de la película "Un feliz acontecimiento".


Rémi Bezançon: Bueno, Pio, ¿qué te hizo aceptar el papel?
Pio Marmaï: Pero si me dijiste que lo habías escrito para mí.
RB: Ya, pero habrías podido rechazarlo.
PM: No, no tenía elección. Me diste mi primer papel en el cine. ¿Qué pasa, quieres que vuelva a decirlo? Vale, te lo debo todo… No, en serio, cuando me hablaste del proyecto, me intrigó tu idea. Se suele ver la maternidad, no solo en el cine sino en la sociedad actual, con una mirada bastante ingenua. Es maravilloso, lo mejor que puede pasarle a una pareja y nunca se ve qué ocurre después, cuando se lleva el bebé a casa.
RB: ¿No te entraron ganas de tener hijos?
PM: Pues no… Puede que un día, pero ahora no. Nicolas, mi personaje, debe cambiar de trabajo, encontrar algo más estable y hacer ciertos sacrificios. Para tranquilizarse y asegurarse de que no se ha hecho viejo, también se comporta como un adolescente. Es una paradoja; aparentemente, la paternidad representa el paso a la edad adulta y, a la vez, conlleva una forma inevitable de regresión.

SER PADRE
RB: En tu opinión, ¿cuál es el papel de un padre?
PM: Había una escena en la película en que el pediatra le explicaba a Barbara, entonces en absoluta fusión con su hija, que el equilibrio de la pareja cambia con la llegada de un bebé, los papeles evolucionan y cada uno debe encontrar su lugar. Creo que concluía diciendo que el papel del padre es interponerse entre la madre y la hija, algo con lo que estoy de acuerdo. Pero cortaste la escena durante el montaje.
RB: Me pareció demasiado explicativa. Prefiero sugerir a explicar. Siempre he pensado que los espectadores son inteligentes y no necesitan explicaciones acerca de lo que ya han entendido.
PM: Pasa lo mismo con un actor. No hace falta ser muy explicativo a la hora de interpretar. La sobreactuación equivale a falta de confianza.

LA PREPARACIÓN DEL PAPEL
RB: Me dijiste que para preparar el papel, habías estado trabajando seis meses en un videoclub. No me lo creo, dime la verdad.
PM: Bueno, pero sí me preparé. Louise y yo ensayamos mucho porque íbamos a dar vida a una pareja. Debíamos conseguir que existiera una relación entre los dos, la noción de pareja en el día a día, la complicidad, las pequeñas manías, los recuerdos en común. No es fácil hacer trampa en estas cosas. Nos pareció importante pasar tiempo juntos, conocernos. Algunos amigos tuvieron la amabilidad de dejarnos a sus bebés unas horas para que nos ocupáramos de ellos, los sacáramos de paseo.
RB: Es verdad, parecías estar muy cómodo en el plató con los bebés.
PM: Puedo pasarme horas mirando a un bebé. Pero cuando llega el momento de interpretar, se limita a vivir. Ríe cuando le apetece, vomita cuando quiere e igual llora durante dos horas seguidas. De pronto, 50 personas dejan de trabajar y hacen todo lo posible para calmarle. De hecho, ya no estábamos pendientes de la cámara, sino del bebé en el plató. No pedías silencio antes de rodar una escena, sino cuando llegaba el bebé. Todo debía estar tranquilo, en calma. Si el bebé se ponía nervioso, podía empezar a chillar. Y si le daba por subir los decibelios, era peor que una moto sin tubo de escape.
RB: No te creía capaz de comparar un bebé a una moto. Ya sé que lo tuyo son las motos, pero no tienen nada que ver.
PM: Tienes razón. La moto basta con apagarla. Al bebé no hay quien le apague.
RB: Los bebés se te daban tan bien que hubo que repetir algunas escenas para que lo hicieras peor…
PM: Ya. Como el día que cambié al bebé. Se suponía que habría una mezcla de yema de huevo y aguacate en el pañal, pero me habíais dejado el auténtico material sin avisarme.
RB: Fue muy realista.
PM: Qué gracioso.



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Texto: Golem ©

 
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