La cuenta atrás comienza cuando el mundo deja de rodar; para él, ya no da vueltas; Ángela lanza en silencio una belleza que despierta lo más profundo del alma masculina: el deseo. La atracción se convierte en herida mortal. El encuentro entre ambos camina hacia la desnudez provocativa, sin pudor, encontrándonos a un hombre intentando gozar de la belleza femenina en un orgasmo de placer pagano. Es un niño insensible buscando la transitoriedad del fluido corporal. La casualidad fuerza la cercanía de este compartimento mutuo. Puertas que se cierran, corazones que abren su ventana, todo es consecutivo. No hay nada más erótico para conocerse que un cuarto de baño con dos extraños dentro. El blanco de los azulejos aporta la luz de
Antonio López en su pintura.
El encierro involuntario trabaja como justificante para lamentar las penas de un hombre ofreciendo más lástima que respeto. El silencio de Ángela alimenta esta atmósfera; Miguel es una fuente de monólogos cargantes que lo alejan de la realidad; tanta pulcritud vocal destila teatro recitado. Este continuismo arremete contra el poder de la confrontación: no existe alejamiento ni acercamiento de posturas.
La desnudez se convierte en vestimenta. La belleza femenina es objeto de admiración carnal; el verbo
follar se pronuncia por activa y por pasiva; se visualiza en el silencio anciano. La comunicación no verbal pasa de largo como un tren sin estación y su jugo se evapora.