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LA FRAGILIDAD EN CARNE Y HUESO
Película "La delicadeza"
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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Banda sonora |
Premios |
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Entrevista a hermanos Foenkinos |
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El amor es irracional y delicado; el enamoramiento, una etapa en nuestra vida sin la que no podríamos existir. Se trata de un dardo envenenado que contagia los corazones y tiñe la sangre de color púrpura. Es efervescencia, nostalgia, recuerdo, lágrimas y sonrisas. Cuando nos sentimos bajo su influjo nunca nos paramos a pensar en el mundo exterior porque sólo existe un círculo: el creado por nuestros impulsos en un entorno que no gobernamos, a pesar de creeer lo contrario.
La comedia y el drama se enamoran en “La delicadeza” con especial ternura. La vida es un arco iris, se oscurece por los acontecimientos desafornuados para recobrar esa colorido gracias al amor. “La delicadeza” nos enseña la fuerza, desestimada, que el silencio y la fe, tienen en la vida. Cómo la persona más ignorada, y que nos conoce bien, pasa a convertirse en pilar de una existencia que renace gracias al dibujo de su silueta ardiente en un corazón apagado. Aprendemos; mejor: disfrutamos enfrentándonos al miedo que la rutina enquista en nuestro pensamiento. No por estar basado en una obra literaria, el trabajo de David y Stéphane Foenkinos carece de ingenio; tampoco deja de pertenecer a ese grupo privilegiado de obras que pasan de puntillas por las carteleras pero recalan en nuestros corazones.
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Audrey Tautou (Nathalie) posee una cara difícil de olvidar: su picardía permanece aunque ha de lidiar con el drama de un infortunio insperado. Es la dulzura de “Amelie”, su personalidad y desenfado. Los hermanos Foenkinos juegan con el drama sin conducirnos a lo lacrimóeno, girando hacia la coedia refrescante y, sobre todo, dulce. “La delicadeza” es dulzura: un pastel que ha de degustarse con lentitud. Pensada para ser comida sin atragantamientos y saboreada en la soledad del análisis romántico o compartirlo con el amigo cercano. Sus personajes forman un corazón orgánico a caballo entre lo cómico y lo serio, la conquista y el desconcierto, lanzarse a una nueva aventura (Nathalie) y ver cómo lo deseado se cumple de la manera más insospechada (Markus). Los dos, cada uno en su mundo, representan un estadio de la vida. Igual que su título, la película esboza sensibilidad adaptada a lo cotidiano, desprendiéndose del carácter sublime que conferimos a esta faceta. Un ejemplo del buen cine francés en su esencia: mezcla de realidad y deseo. |
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La mirada de Nathalie domina en cada plano: sus ojos que profundizan más allá de lo que vemos; ama y siente aflicción con ellos. No estremece pero impacta; en efecto, su mirada resulta impactante. El espectador se sentirá atraído por esta magia personal. Unos ojos que deslumbran silencio y soledad iniciales para convertirse en estrella chispeante con la aparición de Markus. Basta que los demás se sientan extrañados ante su actitud para mostrarse más desafiante y hacer de su mirada una segunda forma de decir las cosas. Camina, respira y ama encendida gracias a ella. Sorpresiva donde las haya. Nathalie se lanza al vacío y encuentra a una hombre que no sabe cómo reaccionar ante lo inesperado. Markus se convierte en un adolescente, cegado y tranquilo; vive en un estado de ensoñación placentera que enternece los rasgos de su físico. Su actuación no tiene desperdicio; su espíritu sosegado, y bonachón, regala ternura y bondad. Nos lanza guiños de comicidad elegante. |
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El amor nos hace vivir un idilio mágico con el mundo. El final de “La delicadeza” es un recuerdo a la infancia inocente. La elipsis se adueña del tiempo en imágenes espaciadas, vegetales, acompañadas de una voz que resume su pasado como una evolución hacia un presente feliz. Un sentimiento que proporciona seguridad a un cuerpo frágil y poético.
Entre los dos protagonistas de “La delicadeza” crece la necesiad mútua aura mientras él la mira orgulloso como a una niña jugando a no ser mayor.
Es evidente que el título, muy bien escogido, describe a la persona ¿Será una manera de definir a los dos? |
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