El problema de los remakes es que en la nueva versión siempre queda el recuerdo de las anteriores. Por mucho que se lustre el chasis de un utilitario, las funciones seguirán siendo las mismas. Es lo que sucede con las películas convertidas en franquicia: han vendido su cuerpo al merchandising del comsumo facilón. La
cuarta entrega para el cine de Spider-Man se queda en un esqueleto montado con tecnología punta y poca imaginación, carente del sabor primitivo más humano.
Se intenta la reinvención del clásico barnizado por la imaginación adaptada a los tiempos modernos. Los actores principales, chico y chica, tal para cual, salen perfumados con el aroma de una juventud cercana al espectador actual. El reciclado salta a la vista. El protagonismo neoyorquino –la arquitectura, sus gentes- figura como un extra sin personalidad de maqueta esculpida en ordenador.
El misterio con el que arranca
“The Amazing Spider-Man 3D” pretende atraparnos con la sencilez de un juego infantil. Un joven Peter Parker guía nuestros pasos ciegos hasta caer en lo inexplicable de la realidad adulta. Su director, Marc Webb, intenta recalificar un clásico. Es un ejemplo de cómo apostar por lo fácil sin arriesgar; el proceso creativo ha huido de la imaginación en La Meca del cine, más interesada en inflar su prestigio con presupuestos millonarios que en ofrecer material de calidad. La escasez de ideas originales acapara la imaginación de Hollywoood.