Era cuestión de tiempo. Un nuevo éxito adolescente de Fernando González Molina es llevado a la gran pantalla con más expectación quinceañera que calidad. Y es que, a estas alturas, al escuchar el apellido del escritor italiano sabemos lo que esconde: repetición argumental sin chispa de ingenio. El guión de Ramón Salazar, basado en la sexta novela de Federico Moccia, posee su sello charcutero. Después de
“3MSC”, hablar de Moccia es referirse a un estilo propio: el adolescente; sus libros, con secuela cinematográfica, no defraudan. Con ello, se asegura la fidelidad de un público que termina suspirando. Se ha construido una comedia de diseño para la lágrima púber.
El mundo de Hache regresa, con menor fuerza, al olor de la gasolina y la velocidad sobre dos ruedas. El fuelle motorista queda algo relegado de la adrenalina juvenil.
Se mezcla un poquito de todo: recuerdos, viejos amores, nuevas conquistas, contornos que han dado forma a desnudos de gimnasio; empezar de nuevo y desempolvar la furia contenida. Es lo que tienen las repeticiones cambiadas de título: que la novedad no existe. Mario Casas modera su agresividad varonil, apareciendo más asentado que en
“3MSC”. Mario Casas no pierde su condición de conquistador, galán moderno, gallito boxeador. Puede hacer mejores papeles; lo de explotar un cuerpo cañón caduca pronto.
Cumple sin satisfacer; porta un tono lineal que agota salvo a la voracidad de seguidor
As acérrimas.