ENTREVISTA A MIGUEL COURTOIS PATERNINA
Director de la película "Operación E".


Pregunta: ¿Cuál es el punto de partida de la película?
Miguel Courtois: Ariel Zeitoun fue el primero en hablarme de la historia del hijo de Clara Rojas, una rehén de las FARC durante casi seis años. Me pidió que pensara en la posibilidad de hacer una película acerca del tema. Antonio Onetti - el guionista con el que había trabajado anteriormente en El Lobo, GAL y 11 M historia de un atentado - y yo buscamos y encontramos suficiente información en España para convencernos de que la historia era un tema magnífico para una película. Acto seguido, hablamos con Ariel Zeitoun para decidir cómo contarla mejor, y Antonio no tardó en escribir la primera versión del guión.

P.: Si tuviera que resumir la historia, ¿qué diría?
M. C.: Un campesino pobre, que cultiva coca en la selva colombiana, es obligado a cuidar del hijo enfermo de Clara Rojas, nacido en cautiverio, con la excusa de que su suegro indígena es curandero. La película cuenta los acontecimientos de los tres años durante los que no se supo nada del niño. Pero más allá de esto, me interesó enseñar cómo la Historia, con hache mayúscula, suele ser escrita por personas anónimas, víctimas a las que nunca se da la palabra.

P.: ¿Por qué hablar del niño y no de la madre?
M. C.: Porque ya se sabía la historia desde el punto de vista de Clara Rojas. Cuando le quitaron al niño, permaneció otros dos años y medio en cautividad antes de ser liberada. Quisimos contar lo que pasó entre el momento en que el niño llega a casa del campesino, el momento en que se le pierde la pista y el día que se le localiza de nuevo. Mostrar cómo no solo la llegada del niño trastornará la vida de ese hombre, de su mujer y de sus hijos, sino que acabará por arruinarla. Hay un aspecto metafórico y simbólico muy fuerte en la historia de este niño, que puede compararse a Moisés salvado de las aguas.
No olvidemos la situación en ese momento, cuando Colombia y Venezuela están a punto de declararse la guerra; los presidentes Chávez y Uribe intercambian insultos en medio de discursos grandilocuentes y… todo depende de lo que ha hecho o va a hacer un campesino al que nadie conoce. Más aún, al que nadie controla, y al que se cree único responsable de un niño convertido en el centro de las negociaciones entre Colombia, Venezuela y las FARC. Es una historia singular y, al mismo tiempo, universal; vivamos donde vivamos, creemos que nos dirigen personas que aparentan controlarlo todo, pero la verdad suele ser mucho más compleja.

P.: ¿Qué porcentaje de ficción hay en la película?
M. C.: Mínimo. Todo está muy cerca de la realidad, aunque nos tomamos ciertas licencias para que la película no fuera un documental. Por ejemplo, el verdadero Crisanto no sabe dibujar. El auténtico campesino tiene tantos hijos como Crisanto, se llaman como en la película. Lo mismo pasa con la esposa, su padre es un curandero indígena. Antonio Onetti, el guionista, se documentó mucho hablando con periodistas, informadores, investigadores... También viajamos a Colombia juntos para acabar el guión donde realmente transcurre la historia.

P.: ¿Tuvo la oportunidad de conocer personalmente a José Crisanto?
M. C.:
Los investigadores colombianos que trabajaban con nosotros fueron a verle a la cárcel en varias ocasiones. Yo tuve una larga conversación con él. Siempre cotejamos su versión de los hechos con lo que se publicó en la prensa colombiana.

P.: ¿Habló con políticos, con miembros de las FARC?
M. C.:
Claro. Por un lado, para comprobar la información que teníamos y, sobre todo, para empaparnos del ambiente y de los acontecimientos de la época. Más aún, durante el rodaje estuve con personas que habían colaborado con las FARC y que incluso habían vigilado a los rehenes. Actualmente han dejado las armas y están en proceso de reintegración, como muchas otras personas en Colombia.


P.: ¿Dónde tuvo lugar el rodaje?
M. C.: La película está rodada íntegramente en Colombia, en lugares muy cercanos a donde se desarrollaron los hechos. Algunas zonas siguen en manos de las FARC y no era factible rodar allí mismo. De hecho, nos lo dejaron entender en varias ocasiones durante el rodaje.

P.: ¿Sobre qué se basaron para la reconstitución de los campamentos?

M. C.: Siempre que ruedo una película me sumerjo al máximo en el contexto de la historia. Visité campamentos que habían sido tomados por el ejército, especialmente los que disponían de espacios cercados con alambradas, como se ve en la película. Por desgracia, no es difícil imaginar el horror que representa estar preso en plena selva, con barro, mosquitos, lluvia y una humedad del 100%. El rodaje duró dos meses en condiciones muy duras. No disponíamos de mucho tiempo para hacer la película, y quería que el equipo y yo viviéramos esa realidad. Colombia es un país donde todo es desproporcionado. Cuando llueve, caen trombas de agua, los puentes se derrumban, los ríos abandonan sus cauces. Cuando hace calor, hace muchísimo calor. Había que controlarlo todo, aunque también era parte de la historia. Colombia es un país de contrastes, tanto en lo peor como en lo mejor. Los colombianos son personas muy cariñosas, generosas, simpáticas. Nos acogieron de maravilla, sin esconder su curiosidad por el hecho de que unos europeos estuvieran interesados en ese tema.


P.: ¿Dónde tuvo lugar el rodaje?
M. C.: La película está rodada íntegramente en Colombia, en lugares muy cercanos a donde se desarrollaron los hechos. Algunas zonas siguen en manos de las FARC y no era factible rodar allí mismo. De hecho, nos lo dejaron entender en varias ocasiones durante el rodaje.entender en varias ocasiones durante el rodaje.

P.: ¿Sobre qué se basaron para la reconstitución de los campamentos?
M. C.:
Siempre que ruedo una película me sumerjo al máximo en el contexto de la historia. Visité campamentos que habían sido tomados por el ejército, especialmente los que disponían de espacios cercados con alambradas, como se ve en la película. Por desgracia, no es difícil imaginar el horror que representa estar preso en plena selva, con barro, mosquitos, lluvia y una humedad del 100%. El rodaje duró dos meses en condiciones muy duras. No disponíamos de mucho tiempo para hacer la película, y quería que el equipo y yo viviéramos esa realidad. Colombia es un país donde todo es desproporcionado. Cuando llueve, caen trombas de agua, los puentes se derrumban, los ríos abandonan sus cauces. Cuando hace calor, hace muchísimo calor. Había que controlarlo todo, aunque también era parte de la historia. Colombia es un país de contrastes, tanto en lo peor como en lo mejor. Los colombianos son personas muy cariñosas, generosas, simpáticas. Nos acogieron de maravilla, sin esconder su curiosidad por el hecho de que unos europeos estuvieran interesados en ese tema.

P.: ¿Por qué escogió a Luis Tosar para el papel de Crisanto?
M. C.: Fue una propuesta de Cristina Zumárraga, la productora española. Ella ya había trabajado con él y me aseguró que era el actor idóneo para nuestro proyecto. Luis Tosar, que es una auténtica estrella en España, leyó el guión y su entusiasmo por el papel fue inmediato y determinante para la credibilidad y producción de la película. De hecho, es uno de los coproductores. Hizo un trabajo extraordinario tanto con el acento colombiano como con el personaje mismo. Para un realizador, dirigir a un actor semejante es un auténtico regalo.

P.: Liliana, la verdadera mujer de Crisanto, ¿se parece a Martina García?
M. C.: No lo sé. No quise que me influenciara y nunca vi una foto suya. Espero por Crisanto que sea tan guapa como Martina García. Es una actriz colombiana muy conocida en su país. Fue genial durante todo el rodaje, sobre todo en el trabajo con los niños.

P.: ¿Vio a muchos niños antes de escoger a los de Crisanto y Liliana?
M. C.: Seleccionar a los niños fue complicado porque la historia transcurre en un periodo de dos años y medio, y había que verles crecer. Hubo que escoger dos grupos de niños, pero por miedo a que los espectadores se perdieran, preferí que los tres mayores fuesen siempre los mismos. Vi a decenas de niños. Pedí que estuvieran acostumbrados a vivir juntos, por lo tanto, que pertenecieran a la misma familia o vivieran en ele mismo barrio. Después de ser seleccionados, debían pasar un día a la semana con Martina, su madre en la película. Les acompañaba al colegio, les iba a buscar, les bañaba, les daba de comer, en fin, ese día se ocupaba de ellos como si fuera su auténtica madre. Eso le permitió, una vez en el plató, mantener con ellos una familiaridad y una autoridad naturales.

P.: Y Emmanuel, el bebé, ¿cómo le escogió?
M. C.: Vimos a muchos. Quería que fuera un bebé conmovedor, delgado, con la piel blanca y diferente de los otros. Además, debía ser un niño tranquilo, porque rodar con siete niños y un mono es un poco complicado. Y a eso hay que añadir las tormentas y los mosquitos. Pero se portó muy bien. El otro bebé, la última hija de Crisanto y Liliana, la pequeña Isabela, también fue un ángel. Los dos se convirtieron en las mascotas del rodaje. Cuando se rueda una historia humana de tanta fuerza, la misma historia nos lleva hacia delante. Pero si, además, hay varios niños en el plató, el ambiente se vuelve más alegre, con más vida, aunque la película sea dura. Fue un rodaje muy emotivo.

P.: ¿Qué consigna dio al director de fotografía?
M. C.: Quería una iluminación muy realista que también mostrará la evolución de los acontecimientos. La historia empieza mostrando una pobreza que podría describirse como “digna”, en medio de un edén natural, una naturaleza exuberante y generosa… Son gente pobre, pero que no se muere de hambre. Carecen de luz y agua corriente, pero enseñan a sus hijos a leer y a escribir. Casi puede decirse que nos encontramos en una situación al estilo Rousseau. A medida que avanza la película, la iluminación y el montaje acompañan a la familia en la tragedia que viven. Los planos son más cerrados, hay más cortes. Al final, cuando la decadencia es total, opté por saturar los colores. Si se vive en una favela, hay una unión social, nunca se está solo. Pero debajo de un puente de una megalópolis, se está perdido, no hay nada a lo que agarrarse, se vive de la mendicidad. Quería transcribir esa evolución real mediante la imagen y el montaje.

P.: ¿Y en cuánto al sonido?
M. C.: OPERACIÓN E no es una película de género y no quería que la música ocupara un lugar predominante, por lo que es bastante minimalista. Al contrario que Afganistán, donde había rodado el año anterior, Colombia es un país muy ruidoso: los coches, la música (siempre a todo volumen), los ruidos de la naturaleza, de la ciudad son omnipresentes. Me he esforzado en describir este universo con la mayor fidelidad posible. Siempre intento que mis películas describan con el mayor realismo posible el ambiente sonoro del país donde ruedo.

P.: Después de pasar seis años en la cárcel, Crisanto ha sido exculpado, ¿por qué?
M. C.: Porque es inocente. Siempre pensé que era así, por eso he contado la historia del hombre que salvó a ese niño y al que no se le puede culpar de nada. No todo el mundo está de acuerdo, Clara Rojas tampoco. Cree, como lo hicieron durante años las autoridades colombianas, que Crisanto secuestró a Emmanuel porque estaba al servicio de las FARC. Pero Crisanto no estaba con las FARC, vivía en la zona de las FARC. Si hubiera estado en la zona de los contra, de los paramilitares, habría estado del otro lado. Esa es la lección. No se escoge ser un héroe, un traidor o un revolucionario. Se intenta sobrevivir, y no darse cuenta de este hecho me parece deshonesto. Efectivamente, cuando acabamos el montaje de la película, la justicia colombiana exculpó a Crisanto.


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Texto: DeAPlaneta ©

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