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SOY NINFÓMANA, ¿Y QUÉ?
Película "Nymph()maniac: Volumen 2"


J. G.
(Madrid, España)

Nymphomaniac: Volumen 2
  Ficha Técnica Video Apuntes sobre "Nymph()maniac 1 y 2"
La segunda parte de una sexualidad voluminosa explora los terrenos abruptos entre el placer y el dolor. La repetición escénica apresa una película que apabulla por su densidad temporal y pseudo filosófica. Lars von Trier ha mitigado el soberbio bofetón que le esperaban a las cuatro horas proyectadas de corrido en cualquier sala comercial. Su continuidad dentro de esta exploración ninfómana divaga entre imágenes banales sobre un montaje que duplica planos. Las ácidas, e inteligentes, interpretaciones religiosas que Seligam construye sobre las narraciones de Joe desprenden el mejor espíritu de “Nymph()maniac: Volumen 2”: su valor verdadero.
La parte técnica se ve mermada en este segmento, entregado a modo de telenovela freudiana. En la misma tónica que el primer capítulo, el director danés se mantiene como un maestro de la provocación. Se muestra devoto de la imaginería cáustica, consustancial a sus interpretaciones del mundo divino. Lars von Trier se divierte haciendo de bufón y sacerdote. Esta segunda entrega de su obra recortada muestra a un director maduro, capaz de jugar con la moralidad humana, poniendo en tela de juicio valores sociales que consideramos intocables en su pureza inmaculada.
 
Joe (Charlotte Gainsbourg) hablando con Selignam (Stellan Skarsgård)  
Willem Dafoe como L junto a Joe
La madurez del Joe se consolida en esta etapa de su vida. Sexo y religión permanecen fieles en el punto de mira de un rifle automático. Su disparo es mortífero, la sangre estalla dejando heridas que nunca cicatrizan; dibuja una trayectoria incisiva e incendiaria.
La segunda parte es una continuación básica de la primera, tan larga como particular. La mutilación es de obligada presencia para el espectador paciente y el visionario impaciente. Un verdadero pecado ejecutado con intencionalidad. Dos horas de enfermiza obsesión por el sufrimiento humano y la confesión del deseo sexual.
El ascetismo monacal de Seligam sobrevive gracias al conocimiento enciclopédico de las cosas; alejado de la vida, como expuso en la primera parte. Añade el valor que reporta el intelecto sobre la veteranía mientras que Joe usa la palabra para escenificar su riqueza experimental. En su interior de oyente sorprendido, Selignam descubre en el relato de Joe, por segunda vez, un mundo repleto de sensaciones hasta ahora desconocidas que hace suyas. Su empatía con la mujer se circunscribe al campo ilustrativo de vivencias femeninas, amamantadas por el sexo desenfrenado, torturándola con mas dolor que el latigazo de una fusta excitada.
Las escenas de presumible calentura resultan frías.
¡Somos adictas al sexo, no ninfómanas!  
Placer
Lars von Trier lanza pinceladas doradas en forma de dardo. Joe se enfrenta a la sociedad en un ataque directo hacia la falsa moralidad de un entorno burgués; arremete contra la hipocresía de la ocultación, sintiéndose cómoda en su ninfomanía declarada. Defiende una sexualidad vivida en libertad, alejada de las cadenas sociales que obligan a reprimir el deseo innato. Reclama su ninfomanía como búsqueda del placer. Se siente poseedora de una sensualidad transgresora. Es egoísta e individualista, capaz de descuidar a la familia ante el deseo ninfómano. Lars von Trier describe plenitud en la ninfomanía absoluta de una mujer atrapada y exigente con su libertad.
Dolor y deseo  
Jamie Bell como K, amo del sexo
La magnitud en el tiempo de esta pesadilla femenina, unida a su aspereza argumental, aburren por derecho propio. Lars von Trier da una vuelta de tuerca en su locura de purismo fílmico, donde el estudio del plano no es tan importante como el seguimiento de la imagen. Las escenas desprenden un Softcore divertido que barre todo el halo morboso creado alrededor de ellas.
La dureza escénica se pierde en actitudes sadomasoquistas y bofetadas hacia una mujer que goza con el dolor propio. Un chiste contra los esquemas culturales que sólo laten en guaridas del sexo perdido y profundo.

Lars von Trier pone su irónica metafísica al servicio de las imágenes con un índice de moralina.
El aislamiento  
Rebelión

La fotografía navega entre la pureza blanca de espacios castrados y el olor a castigo de la piel rosacea, limpia y apaleada. Mentes carnales. Confesiones de un estado sexual escondido y exhibicionismo de mercadillo sado. Variedad de personalidades girando en torno a una muerte sedienta de sexo cotidiano: inofensiva y temida a la vez.
El final divertido e inesperado acierta con su resolución. Unos muestran la fiera que llevan dentro mientras que otros protejen con sus miedos a la bestia que esconden, cargada de testosterona fosilizada.

J. G.


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