ENTREVISTA A ANNA MUYLAERT
Directora de la película "Una segunda madre".


Pregunta: ¿A quién se le permite acceder al salón? ¿Quién no debe salir de la cocina? ¿Quién está autorizado a abrir la puerta de la nevera? ¿Quién no debería tocar el helado? ¿Quién puede sentarse en la mesa del comedor? ¿Quién no puede acercarse a la piscina? ¿Quién puede abrazar a los niños? ¿A quién no se puede llamar madre?
Anna Muylaert: UNA SEGUNDA MADRE es una película sobre las normas sociales que imperan en Brasil desde la época colonial y que siguen conformando la arquitectura emocional del país hasta el día de hoy.

P.: ¿Cuál fue el punto de partida de UNA SEGUNDA MADRE?
A. M.: Empecé a escribir el guión hace 20 años cuando tuve mi primer hijo y comprendí lo maravilloso que era criar a un niño. Pero también me di cuenta del escaso valor que le da la cultura brasileña a esa tarea. En mi círculo social no sueles ocuparte de tu hijo sino que contratas a una niñera porque se considera que es una carga pesada y aburrida. Pero lo cierto es que muchas niñeras se ven obligadas a dejar a sus propios hijos al cuidado de otros para encajar en ese esquema.
Esta paradoja social me pareció una de las más impactantes de Brasil porque los niños son los que siempre salen perdiendo, tanto los de los señores como los de las niñeras. Se produce un problema muy importante en la piedra angular de nuestra sociedad: la crianza de los hijos. ¿Pueden crecer sin cariño? ¿Se puede comprar el cariño? Y en caso afirmativo, ¿a qué precio?

P.: ¿Cuáles son las características fundamentales de la película?
A. M.: Se puede decir que UNA SEGUNDA MADRE es una película de contenido social, pero también es algo más. No trata de juzgar ni de ensalzar a los personajes y sus actos, sino que aspira a mostrar la cruda realidad.
La estructura dramática es sobria, casi matemática. Empieza describiendo las rutinas y las normas que rigen las relaciones sociales y afectivas de una familia de clase alta de São Paulo.
Una vez hecho eso, la atención se centra en Jessica, la hija de la niñera, que irrumpe en la paz doméstica sin conocer las normas de la casa. Y termina cruzando algunas líneas e invadiendo espacios que le están vedados.
Por supuesto, la expulsan de esos espacios que han estado siempre fuera de su alcance. La "ponen en su sitio", pero lo cierto es que ese "sitio" ya no existe.

P.: ¿Cómo discurrió el proceso creativo?
A. M.: La película ha tardado 20 años en ver la luz. Empezó con un guión llamado "La puerta de la cocina", y el argumento abordaba sobre todo la relación entre señores y niñera con un estilo próximo al realismo mágico. Cinco años después decidí hacer algo más realista.
Hice que la hija de la niñera viniera a São Paulo para compartir el destino de su madre: abandonar su mundo para aceptar un trabajo mal pagado. Pero quise inyectar cierta esperanza en el personaje. Mientras trabajaba en esos cambios para que la película no se deslizase hacia un final feliz falso, Brasil eligió a un presidente del Partido de los Trabajadores y las cosas empezaron a cambiar. Se reformaron las leyes laborales y se erradicó casi todo el trabajo doméstico interno.
En 2013, cuando iba a empezar el rodaje de la película, me senté y reescribí el guión para que reflejara los cambios y los debates que se habían producido. En vez de retratar a la hija de la niñera como sumisa y desgraciada, como mandan los clichés, la doté de una personalidad muy marcada; la hice lo bastante noble y fuerte como para enfrentarse a esas normas sociales segregadoras que remontaban a un pasado colonial.

P.: ¿De qué manera se identifica la película con el Brasil del pasado y el Brasil de hoy?
A. M.:
La película aborda dos generaciones de mujeres de origen humilde, ambas nacidas en el noreste de Brasil. Val, la protagonista, es una empleada doméstica que respeta las antiguas normas y las costumbres segregadoras. Acepta que la traten "como a una ciudadana de segunda clase", como dije su hija. Por su parte, su hija Jessica, a pesar de su origen humilde, tiene un gran curiosidad y mucha fuerza de voluntad, y exige sus derechos de ciudadana. Como ella dice: "No me considero ni mejor ni peor que cualquier otra persona".



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Texto: Thierry Colby ©
 

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