Aunque el título sea evocador, no estamos ante la enésima repetición de la novela escrita por Alejandro Dumas. El profesor de escuela rural tiene un magnetismo capaz de cambiar la vida de sus alumnos. A veces, es un caracol que va con su mochila didáctica haciendo sustituciones, de pueblo en pueblo, como es el caso de Aleix. El silencio aprecia la llegada forastera a un pueblo oscurecido, por la noche, y la compañía de un libro mulle una espera sorpresiva. La clase se convierte en un entorno desconocido. La vida de los pupilos también aprecia el cambio. Juega con ventaja al conocer el terreno mientras que su tutor lleva las de ganar a la hora de conciliar el respeto con la amistad. La figura nueva trae sorpresas provocadoras de unidad y tensión.
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No existen capas en este ambiente colegial, el estímulo potencia la intención educadora que, en este caso, no deja de ser un tramite suplente. La relación escolar entre uno y otros se topa con el resentimiento hacia un compañero ausente. La enfermedad le mantiene alejado del grupo mientras este no se siente preocupado por su ausencia. El proteccionismo materno le impide acercarse a la escuela mientras el resto relata el por qué de su tranquilidad. Roto ese cascarón, el enfrentamiento con el exterior modifica conductas y, ahora, el acosador es el débil; los temerosos se han convertido en perdón y ataque. Los agredidos apuntan hacia un ser tocado por la enfermedad mientras el arrepentimiento quiere salir de sus entrañas. Las habilidades enseñantes, lejos de cautivar a quien analiza las imágenes fuera de la pantalla, estimulan el protagonismo de una creatividad que cuenta para la nota final. Los problemas familiares tampoco escapan de la convivencia que está cambiando. El proyecto colaborativo acaba en resolución azucarada y positiva cuando sus conflictos personales arrancan una andadura nueva. |