Santiago Segura, a raíz de la serie
Torrente, se ha enganchado a la dirección que compagina con su labor actoral dentro de una misma película. Que
Woody Allen también lo haga en alguna de sus producciones es un precedente de imitación muy peligrosa. El gusanillo que tiene el cine para los intrépidos sin talento imaginativo es que no saben poner límites entre dirigir e interpretar. Cuando la mediocridad se apodera de las primeras partes te acostumbras con más facilidad a las tonterías que se repiten en las segundas. Al espíritu polifacético de Segura le han gustado ambos aspectos y repetir sobre lo mismo sin intención reparadora, más aún.
Padre no hay más que uno 2: La llegada de la suegra es una reincidencia frustrante con los ojos puestos en la taquilla asegurada aunque el cine esté de vacas flacas por el
coronavirus. Las plataformas audiovisuales amortiguarán un pinchazo presumible sin colas en las sesiones de verano. El formato de teleserie norteamericana recupera una primera parte decepcionante con alguna aportación sonada al elenco. El guion delata su galbana confiado en la estructura de montaña rusa familiar.