La idea nacida en 1964 se ha convertido en una franquicia insostenible dirigida a la explotación comercial. El matrimonio Morticia-Gomez sufre la angustia de gobernar una familia que crece en edad mientras ellos no parecen envejecer junto a su idiotez monstruosa. La impotencia educadora siente la necesidad de afianzar el vínculo afectivo una vez rota su fortaleza escatológica con imágenes inspiradoras de ternura en vez de pavor. La prisa por recuperar relaciones perdidas deja la puerta abierta a una aventura transfronteriza que nadie hecha en falta. Este sentimiento humano se recupera con la huida por carretera en un recorrido ocioso con autocaravana decimonónica, lo más conseguido en su ambiente sombrío primigenio. El trayecto discurre por paradas donde los protagonistas dan algo de juego al camino arropado por la música como compañera de viaje. Mientras, la aventura personal de Miércoles en busca del padre biológico ocultado descubre una confusión personal impropia de su emoción, más cartesiana que sensible.
El rap de Snoop Dogg funciona gracias a su ritmo. El malo, con monedero comparable al de Jeff Bezos, se ha convertido en científico obsesionado por la perfección racial. La muralla de los Addams se sostiene gracias a los cimientos creados por el desapego de Miércoles, un hermano desplazado en esta familia mohosa, la esbeltez que camina levitando de Morticia, el optimismo de su marido, un mayordomo con aptitudes musicales capaz de convertirse en Frankenstein tierno, una abuela juerguista, una mano revoltosa, la tontería de Fétido o la sabiduría ininteligible del primo Eso que hacen flotar una película floja antes de que se desvanezca como ceniza mortuoria. La acidez característica del gamberrismo amable se hecha en falta dentro de un clan creador de sonrisas con su humor negro. |