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CINE Y ESPECTÁCULOS
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LA IDENTIDAD SIN TRAVESTIR
Película Cantando en las azoteas


J. G.
(Madrid, España)

Cantando en las azoteass
Ficha Técnica Video    
En una sociedad donde el culto a la imagen conduce a su falseamiento para alcanzar la meta apolínea, el mariquita conserva la esencia de la realidad pura. En ningún momento se oculta; al contrario, presume de su presencia con orgullo. No es la primera vez de Enric Ribes explora la figura de Gilda Love, un transformista gaditano que, tras viajar por Europa, encontró en El Raval el reposo para su libertad. Eduardo Enrique Gustavo Francisco / Gilda Love huye de la ocultación, canta su homosexualidad, defiende una tercera edad rica en personalidad. Sus noventa y siete años le han convertido en icono del arte silenciado en un barrio conocido por su libertad en momentos represivos. Sigue conservando la frescura de una reivindicación sexual que todavía encuentra piedras en el camino. La cercanía de este paracaidista y vagabundo, sirviente en la casa del cineasta Jean Cocteau, le permitió ejercer de niñera vecinal de manera desprendida. La vejez ha llamado a la puerta de su vida mientras sigue recordando momentos de esplendor en formato VHS, rebobinado actuaciones en la noche clandestina barcelonesa. Este viaje por el recuerdo que trascurre demasiado rápido no documenta sus orígenes. Esa chispa se ha apagado y el color no es tan brillante; su velocidad también se ha estancado. El presente queda reducido a un entorno dinamizado por la turistificación mientras resiste como reliquia humana. Gente como él dota a lo espiritual de alma y sonido, inocencia y melancolía. Se aparta del presente para rebañar la fuerza del pasado. El día a día es una bofetada de olvido que no tiene en cuenta a individuos como Gilda Love. Vive en el precipicio de una pobreza que no se corresponde con el resplandor del pretérito.
 
Gilda Love junto a la niña Chloe Romero  
Gilda Love en el salón de su casa, acompañada de facturas

El documental, con sabor a cine experimental y realista, puede ser el colofón del cortometraje homónimo rodado en 2017. La cámara se pone al servicio del protagonista. Lo convierte en la estrella del plano con sus palabras, sus movimientos y sensaciones. Su voz dirige el encuadre y sus pasos marcan la ruta del plano. Abre las puertas de una morada humilde, acompañado por facturas impagadas, carencias domésticas, grifos goteando y pintalabios. La relación con las personas que completan su vida dibuja cariño sincero. Ahora, la calle no es sinónimo de placer sino la selva limítrofe con su búnker hogareño. La llegada de Chloe, una niña de dos años, a esta fortaleza cambia el color de su soledad. El encuentro siembra la flor de la familia que Gilda Love jamás había conocido. Las dos juegan a ser libres.
Cantando en las azoteas es el espejo del aislamiento en la senectud afeminada, marginada por el sistema económico y los valores sociales. La cantante travestida que todavía sabe hacer reír con su melodía pícara, aunque la letra suene anticuada, nunca pasa de moda. La música se escucha en forma de casete, la fotografía es sincera, el formato analógico de la imagen (16mm) realza una nostalgia que sienta bien.

J. G.


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