Para Ignacio Tatay, en su primer largometraje, encontrarse con una niña que deambula por una carretera solitaria se parece a recoger a un perro sin dueño. No es un zombi ni una pesadilla de
Stephen King. Nadie reclama su tutela, nadie se interesa por ella excepto una candidata a mamá que ve reforzado su instinto femenino. Más allá del concepto solidario de este encuentro, las lineas del terror conducen un argumento que muere en el camino. Este hallazgo queda marcado por las lineas que dirigen una carretera nocturna. Si
Jaula ofrece algo interesante es el inicio prometedor, marcado por un ambiente claustrofóbico que se disipa en paranoia maternal dentro de un matrimonio distante. El deseo escondido por alcanzarla, a cualquier precio, refuerza caminos individuales que convierte en obsesión. Esta enfermedad tira de la película con el protagonismo de intentona trivial por cubrir soledad y miedo.