Sin incidir en afirmaciones repetidas, los hechos comienzan como un cuento familiar, una charla distendida, firmada por Paula Labordeta y Gaizka Urresti, donde el personaje público ha dejado huella en el patrimonio consanguíneo y popular. La mención a su hermano Miguel es una constante durante el metraje, un bálsamo y un referente respetuoso. Labordeta no fue un hombre marcado por un destino fácil sino que se lo ganó a pulso. Tampoco estaba designado a agitar masas, como su música hizo. Supo conectar con la gente sin ambición, aprovechar los talentos naturales y canalizarlos hacia un descontento que vivió intensamente. Su crianza lo marcó como niño de la guerra. Fue alguien que vivió la educación primaria entre el Colegio Alemán de Zaragoza y el Colegio Santo Tomás de Aquino; alguien que, por imperativo familiar, comenzó a estudiar Derecho, abandonado por Filosofía, acorde con su pensamiento bohemio.
La película enlaza tres generaciones unidas por canciones convertidas en himnos colectivos afines a la militancia sin querer levantar banderas. Más bien, la vida de Labordeta parece un estandarte quebrado, él éxito de una trayectoria musical imborrable. Sus melodías estaban con la gente humilde, hizo de los bolos su respiración al dejar la docencia y tomar la decisión de recorrer los pueblos a ritmo de sus tonadas. Este camino se refleja a través de vídeos domésticos, reflexiones de un diario íntimo y declaraciones en las que no se mordía la lengua. Su carácter rocoso, y mirada silenciosa, no pudieron contener la llama pasional. La figura de hombre comprometido se hace poderosa.
La inquietud cultural le motivó para crear un cinefórum llamado Buñuel, y la revista poética Andalán junto a Eloy Fernández Clemente, compañero del Instituto de Teruel. La escritura comenzó su trayectoria artística en la poesía para lanzarse a la recitación de la música en 1968. El cine y la televisión se cruzaron en su vida a partir 1969 con la participación en la banda sonora de Monegros, cortometraje dirigido por el director Antonio Artero. Monegros se tituló su último poemario, publicado en 1994. En la década de los años noventa se adentró en la España rural con la serie documental Un país en la mochila. La actividad como cantautor comenzó con la grabación de Andros II, un EP secuestrado por orden gubernativa. El primer disco de larga duración, Cantar i callar, tuvo que esperar hasta 1974. No puede olvidarse títulos como Aragón, Somos, La Albada o Canto a la Libertad que siempre aunará palmas y corazones en un grito único. Labordeta, un hombre sin más no entra en las tripas de una vida rica en experiencia sino que lanza una visión correcta pero buenista de un referente juvenil en la época franquista y principios de la democracia española. La relación del cantautor con Canfranc como la puerta de Europa hacia la libertad es vital para comprender su obra.

Su labor política le lleva a participar en la creación del PSA (Partido Socialista de Aragón), que al año siguiente se integrará en el PSP (Partido Socialista Popular) de Tierno Galván. Como miembro de la Chunta Aragonesista (CHA) y del Congreso durante dos legislaturas (2000-2008) defendió el No a la guerra de Irak, fue contrario al Trasvase del Ebro y protagonista de enfrentamientos parlamentarios encendidos donde los nervios le pudieron más que el saber estar. Era el Labordeta incontrolado, cabreado e imitador de Camilo José Cela, con más éxito mediático que moral. Vivió sus aspiraciones y decepciones entre recuerdos deslucidos con comentarios ofensivos y agresiones vejatorias. Labordeta, un hombre sin más ayuda a mantener su nombre pero no a inmortalizarlo y, mucho menos, a provocar el interés en generaciones futuras poco cultivadas en la figura el cantautor como impulsor de la música folclórica comprometida socialmente, apegada a los problemas y alegrías de la tierra.