Los dinosaurios se extinguieron hace 66 millones de años cuando el
Cretácico daba paso al
Paleógeno La
hipótesis Álvarez, formulada por Luis y Walter Álvarez, padre e hijo, es una de las teorías más famosas que explican su desaparición. Quizás sea por ahí por donde Scott Beck y Bryan Woods, con
Sam Raimi en la producción, quieran llamar la atención sobre una película ridícula y decepcionante. Los cineastas estadounidenses, llevando un paso más allá la teoría evolutiva, vinculan a los iguanodontes con su imaginación desbordada. Pretenden acercar la fantasía a la realidad para hacer de
65 un referente jurásico sobre la vida en la Tierra, mezclando
After Earth con la imaginación de
Steven Spielberg. La verdad es que mérito no les falta por embarcarse en la narración de una tontería con trasfondo científico desaprovechado. En medio, el drama familiar toma protagonismo para quedarse en la cuneta pronto.
A pesar de que la creatividad parece asomar la cabeza en la tranquilidad de un ambiente cercano a
Dune o cualquier luna de Saturno, la falta de elementos que enganchen engorda la simpleza de un argumento agotador. La existencia de este mundo feliz, el astro extrasolar Somaris, no da la espalda al alejamiento familiar ni a la coincidencia de la despedida con la catástrofe moral que dicho distanciamiento no ha podido velar. Otra colisión. El viaje inicia un adiós que descubre el encuentro entre Mills y Koa. La tomadura de pelo se pone en marcha en un entorno preapocalíptico para quienes busquen algo de implicación entre los pocos personajes humanos que participan de una acción onomatopéyica. El piloto es el único elemento fiel a su papel protector sin que la heroicidad le absorba el seso.