El juego temporal es un factor a favor de un contenido religioso que, mayoritariamente, aquí se encadena con lo humano. La conjugación de pasado y presente ilustra un trabajo donde la moralidad con sesgo religioso marca el camino.
La sirvienta comienza con pinceladas de realismo social que presentan a la mujer víctima de un drama que, poco a poco, irá convirtiéndose en un predicamento sustentado por Lea. El hecho de que una empleada de hogar sostenga los primeros compases del largometraje lo convierte en un argumento atractivo por su actualidad de su origen. Algunos se preguntarán, ¿por qué ucraniana y no africana? Las conclusiones pueden ser variadas aunque la cercanía político-bélica de la coincidencia noticiosa ronda como un fantasma peligroso para aceptar creíble unos papeles poco convincentes.
Por una vez, las mafias no andan en medio cuando la palabra
ucraniano es protagónica. Actúa como cebo para acercarse al público contando una historia donde el componente familiar remueve los cimientos de un Robin Hood moderno. La presencia de Lea como embajadora de
Ucrania puede ser anecdótica, quizás estas palabras estén sobredimensionando su papel pero este identificativo engancha más que otra procedencia. El inicio prometedor se suicida con una interpretación sumisa donde su mirada y actitud ante las primeras sacudidas del destino dan la espalda a una continuidad interesante. Los acontecimientos destapan un metraje de parroquia.
Pablo Moreno, conocido por su cine religioso, firma el noveno trabajo de ficción, se ciñe a la transformación de una figura seglar en una devota del credo piadoso. Se abren las puertas de una vida dedicada a los demás mientras algunas personas defienden con sus actos que los corazones bondadosos existen aún (amparados por el crucifijo y la expresión
si Dios quiere en medio).