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Histórico

 


HAMLET, CÚMULO Y ACÚMULO DE SENSACIONES.


Marisa Ojeda

(Madrid - España 16-09-2007)

Teatro Réplika (Madrid)

Hamlet

Otra vez ante Hamlet, ante este paisaje teatral que, como la luz cambiante del día, nos aparece nuevo y diferente en cada momento de observación. Agradables sorpresas de las salas alternativas; anotación que no debiéramos olvidar en nuestra agenda de placer y cultura.

En este Hamlet -no tan crudo como en otras presentaciones- hemos encontrado una bella lectura para el hombre de hoy con los matices dramáticos de siempre.

El adaptador ha tenido el buen seso de recortar escenas que poco aportan y en nada merman,  la comprensión y belleza de la obra (a Shakespeare le suelen sobrar episodios inoportunos o  inconexos, acciones atropelladas, acciones perezosas, situaciones, personajes... A Shakespeare le puede faltar conexión, claridad de objetivos, definición en la propuesta instructiva, separación entre lo primordial y lo accesorio; nitidez). Sólo un buen conocedor de la obra del inglés y alguien con ideas claras, será capaz de filtrar, separando grano de paja, sin dejarse avasallar por jabonosos fetichistas que, en aras de un purismo exacerbado, dan por bueno lo que carece de calidad, lo que no son mas que aciertos o desaciertos de ser humano.
Admitamos que es un grande, sí, pero sin la supersticiosa ceguedad con que se venera cuanto salió de su pluma.

Montaje sencillo, sin efectismos; dramáticamente nítido.
La escenografía limpia, sin elementos distorsionadores, casi inexistente.
Castillo de Elsinor: representado en rojo polígono; cerrado y sangriento espacio estrangulado por pasiones e intereses. Una simple raya en el suelo, un cambio de color transmutados en muro inexpugnable; intangible barrera que ni actores ni público osan atravesar.

Un espejo, terroso y ahumado, surcado de líneas que confluyen en el punto hueco y vacío de la muerte, refleja las diferentes facetas de la realidad: apariencia y verdad enfrentadas. Lo que vemos en escena no es más que la otra cara del espejo, otra realidad que el propio espejo nos devuelve. En Claudio, la apariencia nos dirige hacia un atractivo y elegante rey; la realidad, hasta un vulgar asesino. Traición travestida de dolor. Interés enmascarado de desprendimiento. Lucidez cubierta de locura.

Ingeniosa resolución de escenas pese a la falta de asidero decorativo: etéreos velos para representar la muerte, plantas imaginarias, profundísimas fosas con escasos centímetros...
Máscaras para ocultar las propias intenciones. Apartes, para dar a conocer sinceridades.

La iluminación facilita los aislamientos introduciéndonos en la mente de los personajes, en su yo no compartido, en sus más íntimos y mínimos secretos.

El vestuario es actual, práctico, referencial.
Colorido de negros que refuerza el sentido opresivo y tétrico de la obra. Un gris, en el traje de Hamlet, tan ambiguo como las decisiones e indecisiones de su ánimo. Puntuales y vibrantes rojos en el atuendo de la reina revelando fiesta, lujo, voluptuosidad, pasión, sangre. Blanco albo para la inocencia de Ofelia; blanco para su vida y blanco para su muerte; el blanco que Millais tan prolijamente dibujó, guiado por las palabras de Gertrudis; el blanco lirio de Rimbaud:

"En las aguas profundas que acunan las estrellas, blanca y cándida,
Ofelia flota como un gran lirio,
flota tan lentamente,
recostada en sus velos..."

Ofelia: delicada, obediente, sentimental, curiosa; sencillez, candor, sinceridad; capacidad para todos los afectos. Ofelia despreciada y cruelmente equiparada a la reina por su amado. Una Ofelia, aquí, quizás demasiado sometida.

Confuso y desconcertado, hallamos a un Hamlet empecinado en acciones extravagantes. Perplejo, enloquecido, iracundo, idiotizado a veces, nos centra en el impacto psicológico de la traición y la mentira: ¿vivir en un mundo de muerte y corrupción ó morir para acabar con la agonía de la vida? Muerte: argumento que todo lo impregna. Por traición, por venganza, por locura... Muerte casual o buscada; muerte predestinada, muerte oscura.
Tremendos debates internos, intensos soliloquios para pergeñar venganzas que mudan con el ánimo. Parece Laertes más presto a la espada que al dolor; Hamlet se debate en su mar de dudas. Humor e ironía remarcan el matiz un tanto esperpéntico, inestable o frágil que trasmite el actor. Personaje y texto parecen exhalar de su cuerpo.

Hay momentos en los que a los actores no se les ve como a seres terrenales. Les sabemos animados por sentimientos y pasiones pero se dirían envueltos bajo una sutil capa de hielo que los aleja de la especie humana. Fríos, distantes en sus expresiones, en sus miradas, en el porte, en el gesto, en el movimiento corporal, en las manos. Sensación angustiosa y gélida.
Cada uno circula dentro de su yo en un movimiento autista y distanciador.

La locura conlleva temor y el temor es fuente de rechazo. Se podría entender tal actitud en cualquier personaje excepto en Horacio, el amigo fiel, el único que conoce toda la verdad del príncipe, su argucia, su estratagema; sin embargo, se evidencia una distancia, una rigidez que, por momentos, hacen poco creíble la relación amistosa. Hay quien señala a este personaje como la representación del público en la obra; quizás su manifiesta actitud no sea más que la apreciación crítica del que no se halla en escena.
Añoranza –aunque fuera puntual- de calidez

Frases cortadas por pausas inexistentes en el texto. Hábito de la interpretación actual (quien sabe si contaminada por el doblaje). ¿Falta de concentración? ¿Exceso de ensayo? Grandes, grandísimos artistas de nuestros  escenarios padecen esta infección.

La música cumple una función de acompañamiento, de subrayado o de telón, pero la  voz de los actores nunca se pierde. No hay atisbo de protagonismo; sólo amaga a un primer plano cuando nada hay en el escenario. Está pero no se nota; ocupa su exacto lugar, la justa medida; enriquece la puesta en escena sin avasallarla.

En esta obra, y por las características de la sala, el público queda pegado al escenario y posiblemente goza de excesivo detalle; quizás otro espacio proporcionaría la conveniente perspectiva emocional.

A los amantes del teatro, Réplica les espera  con un Hamlet febril pero abordable y clarificador.

 

Marisa Ojeda

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