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HECHIZO ESTELAR
(Jean-Michell Jarre. "Oxygène in Concert".
Palacio Municipal de Congresos Campo de Las Naciones.
22 de abril de 2008)

J. G.
(Madrid, España)

Jean-Michel Jarre

La Tierra se muere, lo decimos todos. La estamos matando, nos callamos muchos. Nos quejamos de estrés, sentimos que nos falta el oxígeno. Jean-Michel Jarre hizo que hasta las piedras lo respiraran en Madrid. Treinta años después después de su edición, las notas de “Oxygène” sonaron en directo tal cual habían sido grabadas la primera vez. Como un producto apoyado en sintetizadores analógicos.

Jarre pasó por la capital de España como un exhalación, como un cometa. Nos impregnó de su trabajo, que supuso un hito en la música electrónica de los años setenta del siglo pasado. Fue un referente para la revolución musical posterior. El concierto comenzó de un forma oscura, subiendo de intensidad hasta hacernos flotar en la ingravidez estelar.

Se presentó en un decorado frío, rodeado de máquinas. Él y sus máquinas dibujaban el perfil de un profesor chiflado. Un loco que busca el elixir de la eterna juventud más que un músico. Sumergido en su película.
El proyecto “Oxygène“ se parió con la idea de revolucionar la música y de concienciar al mundo sobre algo en lo que nadie pensaba. Sobre la fragilidad del planeta Tierra, sobre el daño que podemos causar si no lo respetamos. La mentalidad de 1970 no estaba acostumbrada a preocuparse por el cambio climático. Jarre, sí. Visionario. Por ello, la música del disco esconde referencias sociales e ideológicas.

La música de “Oxygène” tiene talante de biodiversidad. Más que un disco de experimentación es un trabajo de concienciación. Escuchamos un disco ecológico elaborado hace treinta años. Su música es orgánica y sintética. Orgánica porque es capaz de masticarse. Transmite vida, casi se podía tocar. Sintética por la sucesión de sonidos robotizados, capaces de desarrollar una estructura musical bella, con sentido. Por una vez los teléfonos móviles y cámaras digitales que inundaban el Auditorio cumplían una función. Eran luciérnagas entre la oscuridad del ambiente y la química analógica de los teclados. Protagonistas que dieron color al arte de Jarre resplandeciendo en la oscuridad de la sala. Jarre es el Julio Verne de la música.

No dejó espacio a la improvisación. La magia que salía de sus manos, y su creatividad, evocaban naturaleza, misterio, búhos, la noche. Música minimalista, ambient. También es una música cinematográfica, la figura de Stanley Kubrick estuvo presente en casi todo el concierto. El sonido desprendía un vaivén arrullador, como las olas del mar. Olas, huracanes. Luces oscilantes.
El theremin, padre del sintetizador moderno, inyectaba dosis de complicidad entre los humanoides que estaban disfrutando de su música  y la vida aliénígena. Steven Spielberg. Otras veces, los sintetizadores hablaban entre ellos. Un diálogo entre máquinas. El escenario se parecía a un laboratorio de la NASA. La música pasaba de estados epilépticos a convertirse en bálsamo terapéutico, casi celestial. Sonido industrial, guerras... relax. La intensidad de este mundo iba in crescendo, sobre todo a partir de la cuata parte, la más popular.

Jean-Michel Jarre era un Bach moderno rodeado de los teclados que manejaba a su antojo. Un pulpo. Naves espaciales, paisajes lunares y un balón de aire fresco. Burbujas. Oxígeno. La era de la computadora artesanal sin sonidos pregrabados ni aditivos. Sin imperfecciones. Jarre estaba inmerso en su labor de músico orquesta, enloquecido y preciso. Pura fibra estereofónica. Diálogo entre la máquina y el hombre.

Hubo, como en todo buen libro, un principio, un nudo y un desenlace. Un principio enigmático, tranquilo. Un nudo a caballo entre la adrenalina y el respiro. Un desenlace explosivo e inquietante. Las proyecciones visuales que hasta ahora habían escaseado comenzaron a  aparecer para ilustrar más el mensaje de su música como colofón. Imágenes de una naturaleza pudriéndose. ¿Suicidio o asesinato? Primeros planos de animales con la mirada silenciosa y acusadora. Fija en el espectador. Agobio para el que se atrevía a retarla. Desvelaba resignación. Miradas archivadas en la memoria colectiva que definen a una naturaleza extinta. El mensaje ha quedado claro y la belleza de esta música también. Hoy hace treinta y ocho años que se celebró por primera vez el Día Internacional de la Tierra, organizado por el senador estadounidense y activista ambiental Gaylord Nelson. Su finalidad, subrayar la necesidad de la conservación de los recursos naturales del mundo. Casualidad.

Jean-Michel Jarré es un niño grande que se divierte con su virtuosismo, un Mozart de la electrónica, sin llegar a la frialdad de los pentagramas digitales.
Su música fue geometría. Todo el concierto, una sorpresa continua.

 

J. G.

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