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Histórico

 


MÚSICA NAVIDEÑA
(Vivir el musical)

J. G.
(Madrid, España)

Musicales

La tradición musical austriaca sobrepasa las fronteras históricas y culturales. Mencionar a Austria es hablar de Salzburgo, del vals, de Johann Strauss, de la Orquesta Filarmónica de Viena. La época convulsa que Europa vivió en el siglo veinte, a finales de los años treinta, no impidió que la música se apagase. Se utilizó como instrumento propagandístico del régimen nazi dentro de una nación desintegrada. El 1 de enero de 1941 se celebró el “Concierto de Año Nuevo”, entonces bajo la batuta de Clemence Krauss, defensor a ultranza de la música del rey del vals. Su denominación como “Concierto de Año Nuevo” no se produjo de una manera oficial hasta 1946

La Navidad siempre ha sabido a Strauss, castañas asadas, villancicos. Ahora, a cambio climático... y espectáculos musicales.

Los telemaratones destapan la cara amable de la caja tonta en esta época del año. Facebook y Twitter se cuelgan el gorro de Papá Noel. Crece la socialización entre personas con megafiestas de luz y sonido. Es la época de oro para los musicales. Las vallas publicitarias desangeladas y frías, con anuncios minimalistas, se visten de ilusión. Los musicales venden. Forman parte del paisanaje físico e institucional de una ciudad. Sobre todo si hay en juego una candidatura olímpica, aunque se descuiden otras formas de ocio (discotecas, una prostitución regulada...)

Las canciones toman forma sobre un escenario. Son distintas alternativas para conseguir la felicidad. La maquinaria de la imaginación se pone en funcionamiento con amores de adolescencia, aquel primer beso. El chico resabido del tupé y su Sandy melosa. ¿Machismo?... lo dejamos para otro día. No estamos en Broadway, es Happyway; no es la Gran Vía, es Gran Sueño. Las calles se iluminan, algo de lentejuela.

Mientras camino por una de estas avenidas del ocio, dejo que mi imaginación vuele. No me separo del bocata de concentrado vegetal de camino a fichar. Rutina. Me pierdo entre las canciones, soy el rey de la noche. Ahora quiero dar la vuelta al mundo en el tiempo, sin prisa. Puedo escuchar en vivo a los ídolos de mi infancia, vestidos con diseños más estudiados; pero aún guardo sus cromos en mi caja secreta. El amor imposible entre la Fealdad y la Belleza hace que triunfe el corazón. Que borrachera de sensaciones. Me gusta, aunque haga frío en la calle.
Puedo viajar a Grecia con la música de ABBA más barato que si cojo un low cost. He coqueteado con Daisy y no me hadado calabazas… Lo quiero probar todo y no me niego a ser un ganador: en la escuela, entre mis amigos, un tío guapo, con éxito, con gancho y donjuanesco. Todo parece tan sencillo, el truco de la ficción. Imaginar que el espectáculo gire en torno a ti es un chute momentáneo que te hace “flipar en colores”. Acabas con el ego más cantarín. Y si quieres, puedes repetir.

Me queda el consuelo realista de la serie televisiva “Fame”, y su profesora Lydia Grant: “la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar”. Quiero ser como esos ídolos, respirar como ellos, vestir como ellos. ¿Ha y alguien que no lo ha pensado al menos una vez?

Nada de esto funciona si detrás del espectáculo no existe un trabajo de comercialización. Una vez escuché en boca de una importante productora que la mayor parte de sus ingresos vienen del merchandising, no de las ventas en taquilla. El musical se acompaña de CD, DVD, tomas falsas, ediciones especiales, sticker álbum, pegatinas de tus artistas full size, pins firmados por elllos. Y si quieres ampliar el paquete, envíos de SMS para entrar en el sorteo de una cena gratis con los protagonistas del evento. Llegados a este punto, no se si he ido a disfrutar de un musical o a visitar el Rastro.

El filón del musical ya está abierto, aquí no hay crisis. Para la imaginación y la felicidad no existen las vacas flacas. ¡Que vivan los nietos de West Side Story!
En Navidad se nos enternece el corazón. ¿Qué será que los musicales vuelven a casa por Navidad?

 

 

 

J. G.

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