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LA BURBUJA FESTIVALERA
(Se suspende Summercase 2009)

J. G.
(Madrid, España)

Summercase Festival

La crisis se deja sentir en los festivales musicales. Ha estallado una nueva burbuja: la festivalera, después de la inmobiliaria y la de las .com. Nada parece estar a salvo de su voracidad. La pompa deja paso a un vacío fantasmagórico: se ”aplaza” el Summercase Festival, uno de los más punteros y cool españoles.

El comunicado oficial de Sinnamon fue conciso. Hemos vivido una etapa de borrachera en los festivales musicales. Exceptuando a los grandes por excelencia y tradición (Festimad, el FIB de Benicassim, el Sónar, Viña Rock, el Azkena Rock, el desparecido Doctor Music Festival) o la innovación del FIZ zaragozano, un festival en España es el orgasmo de uno día o un wikend.

Las expectativas económicas sólo entienden de dividendos, no de crear una cultura ponderada entre la oferta y la demanda, sin gravar poderosamente los bolsillos del demandante. La excusa es muy sencilla: siempre habrá gente capaz de gastarse noventa euros por ver a una estrella, dejando al margen el buceo en la oferta cultural.

Se ha confirmado el rumor que, hace semanas, venía circulando por foros y bocas musicales. Summercase, el festival puente Madrid-Barcelona, deja de funcionar por un año. Su criogenización, nunca hay que certificar una muerte por adelantado, generará pérdidas de empleo.
Se aventura la retirada de su patrocinador, Movistar. Volvemos a tocar un festival en clave económica: la cultura depende de una marca empresarial. Ésta suele imponer unas condiciones, las cuales puede exigir con su dinero.

Summercase es peón del patrocinio unilateral. Los festivales se convierten en plataformas publicitarias de grandes logos comerciales que dictan nuestra manera de consumir: lo que se llama “crear imagen de marca”. Decir Summercase es decir Movistar Telefónica, y, tras el cierre del barcelonés Espacio Movistar, la compañía que preside César Alierta parece que no lo tiene claro a la hora de jugarse sus cuartos apoyando el desarrollo cultural.
Baja la inversión publicitaria, bajan las ventas de entradas, las taquillas dejan de recaudar para probar el fuego de los números rojos... y el evento se pospone.

En España, desde hace años, han comenzado a surgir festivales musicales como setas. La lucha entre promotores, y ayuntamientos, por llevarse a uno u otro artista es atroz, es el Wall-Street de la escena sonora, excepto entre los que siguen apostando por lo alternativo. Hoy, un festival musical es un macro evento de merchandising con hilo musical, otro tentáculo de un entramado empresarial mayor. Se inflan los cachés para acallar a la competencia.

Es sano pensar que la suspensión del Summercase se ha debido a un proceso de reestructuración para mejorar la infraestructura del evento. Bienvenida sea, si el matiz beneficia al púbico. Los festivales, en ocasiones, se convierten en focos de basura juvenil. Además, nos encontramos con que sólo puedes comprar cerveza de una marca, y dos veces más cara que la misma del súper adyacente: se pierde categoría. Que no sea por falta de festivales. Estos tienen que hacerse con filosofía, trayendo artistas que generen curiosidad.

Algunos han sabido dar el cambio, otros se han extinguido; al final, todos dicen malvivir a pesar de que las cifras de asistencia se doblan en cada edición. ¿Alguien me lo explica? Todo es tan surrealista que se terminará echando la culpa del problema al pedo de una vaca, o sea a algún gas de efecto invernadero.

Lo ocurrido con el Summercase no es nuevo, pero resulta sospechoso en un acontecimiento con tan solo tres años de vida y que se lanzó como plataforma que arrasaría en el mercado de los festivales itinerantes.

Un festival musical es más que un negocio: significa apostar por la cultura, por el ocio; es crear un nuevo lenguaje de comunicación entre las personas, además de tener claro que al emprender una aventura así, te puedes comer más de un marrón y hay que saberlos encajar.
Ni instituciones, ni patrocinadores deben de ser la columna vertebral de su sostén económino. ¿Cuándo se abandonará la idea de que un artista no es un mito en vez de un currante?

La crisis festivalera debería de aupar a la cultura de sala, aquella que permite el disfrute de muchos grupos noveles, siempre novedosos. Los grandes siguen llenando estadios con sus conciertos, aunque nos quejemos de sus precios. ¿Nos estamos dejando aborregar?

De aquí se saca una conclusión que, a veces, se intenta silenciar: un festival lo mueve el público, no el promotor ni el organizador. Se ha dicho que los españoles no estamos acostumbrados a pagar cuando se habla de música (piatería, etc.). Descargarte con el E-Mule una canción de internet significa que estás pagando a un operador la conexión a la red, siempre abusiva y que nunca se corresponde a lo ofrecido inicialmente; vivir un festival es algo a lo que no se le podrá poner precio. La gente está dispuesta a pagar por ver a sus artistas favoritos. No puede consentir que le tomen el pelo porque no exista una regulación en los precios de caché artísticos y terminar siendo el pagano de las rencillas entre los organizadores de festivales por llevarse el gato al agua. Sin público, todo esto es un quimera. La contabilidad tendrá que decidir si Summercase09 se realiza o no.

 

 

J. G.

La revista Photomusik no se hace responsable de las opiniones de sus colaboradores expuestas en esta sección.
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