Las estrellas del entertainment nunca mueren. Sus cenizas se esparcen de manera holográfica a través del Paseo de la Fama, escoltando Hollywood Boulevard y Vine Street; otras están obligadas a exhibir un gesto perenne y silencioso en el Rock and Roll Hall of Fame de Cleveland. Las estrellas tienen su espacio de gloria y un tiempo para descansar entre cipreses. El cementerio de Forest Lawn Glendale dibuja este remanso, alejando vanidad del acoso y la autocomplacencia galácticas.
Los restos carnales de Michael Jackson, rey del pop, enemigo de lo terrenal, enganchado a las drogas médicamente legales, han sido depositados aquí. Las medidas de seguridad tomadas por la familia (histérica y emocionada) dejan en pañales a cualquier jefe de Estado: cortes de calles, zonas acordonadas, treinta y cinco coches de comitiva... con lo fácil que hubiera sido darle sepultura junto a su tiovivo en Neverland, abriendo una nueva ruta de peregrinación fetichista. Las alarmas sobre el contagio de la gripe A se hubieran convertido en señales de redención divina gracias a este contacto social.
Las implicaciones turbias en su muerte despejaron la idea de crear otro Graceland. Al menos, en el Más Allá no se peleará con Elvis Presley. Estarán haciendo duetos de “Viva Las Vegas” correteando por el cielo de los elegidos, entre unicornios. Se reirán de nosotros al observar como su defunción les convierte en dos de los monarcas más rentables del rock-pop. La muerte la sufrimos los vivos; ya
aparecen voces desconfiando de su enterramiento. Deseaba ser criogenizado: todos tenemos un sueño. Jako había convertido la inmortalidad en paranoia, en protagonista de su cuento, en bootleg que algún día se comercializará.
El camino de Jako hasta la tumba ha sido tortuoso, recordando a The Beatles. El traslado desde Beberly Hills hasta su tumba dorada en Glendale ha contado con teatrales medidas de seguridad. El ataúd que le han preparado no repara en confort hacia el muerto, para que los gusanos se sientan cómodos a la hora de echarle el diente. El camastro del que nadie sale ha costado unos treinta mil dólares gracias, entre otras atenciones, a estar bañado de oro de catorce quilates. Las propiedades de este metal noble son conocidas desde los egipcios con fines regeneradores y medicinales. Michael Jackson siempre ha estado a la última (que sería de la Hollywood sin el ácido hialurónico). Su cuerpo fue embalsamado con fragilidad táctil, temblorosa, junto al que depositaron su guante blanco de la suerte y su cabecita se cubrió con una peluca especialmente diseñada para la ocasión. Todo un fasto que recuerda al esplendor faraónico del vídeo “Remember the Time”. La mirada felina de Michael Jackson se funde con el fuego de la modelo somalí Iman Mohamed Abdulmajid incitándole a amores carnales. Los egiptólogos curiosos pueden cambiar la Historia.
En previsión de la peor, y para evitar el colapso ciudadano, la policía de Los Angeles tuvo que añadir mil cuatrocientos oficiales, con un costo extra de cuatro millones de dólares, a cargo de la ciudad. La abogada que da la cara por el fondo fiduciario Michael Jackson Family Trust Jeryll Cohen justificó el desembolso en materia de seguridad púbica ante la Corte Superior de esta ciudad. En defensa de su representado afirmó que “quizá no sea apropiado para una persona normal, pero Jako tenía poco de normal”.
Su despedida ha sufrido un disociación espacio temporal al celebrar una ceremonia pública y otra privada: vaya mareo para un muerto. La prole se congregó en el Staple Center sin palomitas ni camisetas de Pau Gasol. El espectáculo circense estaba servido, bañado de un respeto más figurativo que moral, recordando a las paradas estalinistas donde todos se postran ante la sombra de un nombre. Su despedida llora entre la megalomanía, como le gustaban las cosas a Jako. La empresa encargada de organizar este funeral-party-mix, AEG Live, distribuyó vía Internet más de ocho mil entradas para ser protagonista del adiós irrepetible. No ha habido personalización de tarjetas, la informática escogió a los “afortunados del siglo” entre el millón y medio de personas que esperaban en lista.
Michael Jakson siempre será grande. Sheila Jackson, en nombre de United States House of Representatives of Texas, declaró la Enmienda 600 (House Resolution 600) gracias a la que Jako es proclamado artista, cantante y un ser cargado de humanismo. Los estdounidenses saben reírse de la muerte. Ya tienen un 4 de julio; ¿el 4 de septiembre será considerado día de luto nacional o fiesta patria? El cambio climático está derritiendo algunos cerebros con celeridad. Su cuerpo se depositará junto a las estatuas de George Washington y Thomas Jefferson en Glendale. El sol le despertará cada mañana al filtrarse entre una copia vidriosa de “La Última Cena”, recuerdo a Leonardo Da Vinci. El cementerio de Forest Lawn ya no será refugio de la privacidad, es posible que su nuevo inquilino haga que se incluya en un pack turístico de lujo, cuyo mausoleo siempre se podrá contemplarse desde la distancia. El morbo sigue alimentándose. Jackson ha sido aceptado en una parcela de verde golf junto a Sam Cook, Walt Disney, Buster Keaton, Humphrey Bogart, Bette Davis, Clark Gable o Nat King Cole. Reunidos en el recogimiento que sólo la nocturnidad concede, sus esqueletos moverán las caderas a ritmo de “Thriller” remasterizado.
El 4 de septiembre será recordado como la sintonización del dolor fetichista. Todo queda en casa.
