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ENVOLTORIO MAQUILLADO
(Simple Minds.
Presentación de "Graffiti Soul". "Graffiti Soul" World Tour 2009
Sala La Riviera. 18 de noviembre de 2009)

J. G.
(Madrid, España)

Simple Minds

Hablar de Simple Minds es decir rock oscuro, fuera de su tiempo. El grupo de Jim Kerr regresa a los escenarios madrileños en lo que prometía ser una reivindicación de los años ochenta. Los escoceses han marcado un antes y después dentro del rock psicodélico, del ambiente gótico y hasta del tecno.
Su última actuación madrileña tuvo lugar el 25 de septiembre de 2005 en la inexistente sala Acqualung. El trasiego de giras experimentado durante los 80 se ha asentado. El impacto musical de los escoceses permanece vivo.

Ahora están paseando su gira conmemorativa con “Graffiti Soul”. Treinta y un años entre los escenarios y estudios de grabación han dejando una música de época que no puede ser olvidada. Son caballeros del silencio que un día saborearon lo más alto del éxito para desaparecer sin vivir de las rentas del pasado. Pertenecen a esos especímenes que han conseguido no dejarse absorber por la música empresarial. Decir Simple Minds es hablar de Johnny And The Self Abusers, Slik, Zones, Endgames, Set The Tone, Propaganda; aunque sólo sea por referencia inspirativa, de David Bowie y su etapa berlinesa; o de Peter Gabriel. También es simbología celta.

Kerr y Charlie Burchill son la representación del espíritu escocés frente a la supremacía del punk inglés en el Reino Unido. La escasa afluencia inicial a este concierto podía deberse a que, un día antes, Depeche Mode nos sacudió, por segunda vez, los bolsillos en una crisis que no parece afectar a los conciertos musicales.

La afición no defraudó y este ágape musical fue engordando discretamente, con cuentagotas. El físico y la música de Kerr se ha dejado convencer por el lifting: hay que actualizarse. Los ochenta sonaron a confeti galáctico; el cantante de Simple Minds no se despegó de una risa esculpida con fórceps. Envueltos en un oscuro azulado, Kerr, Burchill y su banda despertaron la locura entre el público. Las primeras notas de “Waterfront” abrieron un ambiente sinfónico que no se abandonaría durante todo el concierto. La mezcla electro-rock que quisieron mostrar concibió un sonido aburrido. Se apartaron de sus raíces roqueras y siniestras para abrazar una tecnificación demasiado aséptica.
Jim Kerr se movía por el escenario en cámara lenta, fabricando una mímica evangélica. Su cuerpo parecía un títere; quería sonar a futuro, pero el recuerdo de los años ochenta fue inamovible. Una visión que se había hecho carne.
Demasiadas poses fotográficas. Se lanzó al público para dejarse acariciar en baño de masas. Supo conquistar su entrega. Ya los tenía hipnotizados, el resto fue coser y cantar. Su fuerza vocal se interrumpía, siendo absorbida en ocasiones por la percusión de Mel Gaynor.

El rock progresivo de los años ochenta tuvo a “Love Song” como gran estandarte de sus nuevos sonidos. Quienes no sean fieles seguidores de Simple Minds reconocerán esta canción al mencionar que, durante muchos años, fue sintonía de un famoso programa radiofónico que Jose María García incluyó en su forma de introducir el deporte.
Simple Minds­ no han perdido esa vena sinfónica, pero los años han mermado su técnica envolvente. Sus canciones sonaron menos entrañables, más frías.

Los músicos que acompañaron a Jim Kerr le robaron protagonismo mientras el humo azulado y violáceo empañaba su voz.
Las canciones fueron cayendo en una continuidad imparable, sin respiro. Kerr creó una imagen impersonal, ahogado por tanto quejido metálico. ay que alabar sus idas y venidas por el escenario, su entrega; pero hizo que el interés decayera mientras se limitaba a enlazar canciones, algo estéril.

Este concierto será recordado por la voz de Jim Kerr en “Don't You (Forget About Me)”, el teclado de Andy Gillespie en “Someone, Somewhere in Summertime” o por “Alive & Kicking”, con la entrada de Brian McGee en la batería, y la estética New Romantics que despertó su vídeo. Eran tiempos de gloria.
Simple Minds hicieron vibrar, pero no emocionaron.

 

 

J. G.

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