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NOCHE DE SORPRESAS
("Gala Eurovisión 2010: Destino Oslo"
22 de febrero de 2010)

J. G.
(Madrid, España)

Daniel Diges

La música española cuenta con representante para Eurovisión 2010. Público y profesionales del medio musical, ambos parte el jurado, se pusieron de acuerdo. La interrogante que coletea en el aire es el filtro usado por lo organizadores a la hora de selecionar a los candidatos; dónde pernocta la frontera que separa al rigor del aperturismo liberal. Que junto a artistas de gran talla participen especímenes retrógrados como John Cobra pone en entredicho la validez de esa participación abierta, sin restricciones. Eso de darle oportunidad a la gente para emitir su voto suena muy progresista, pero hay que saber hasta dónde abrir la mano y si es necesario.

Hace años que los designios de este festival nostálgico se vertebran sobre un negocio montado entre la transición de la caja tonta de antaño, la de 625 líneas, hacia la nueva gallina de los huevos de oro: Internet. Las ventajas de La Red son increíbles, tantas y tan vastas que jamás llegaremos a explotarlas en su totalidad.

El usuario, nuevo animal de red social, la alimenta con su comentarios; se convierte en espectador y protagonista eurovisivo. El fenómeno fan se llama euro-fan, aplicado al lenguaje sms. ¡Cara forma de ejercicio expresivo en libertad donde el alfabeto se minimiza a líneas, puntos y comas, números, espacios en blanco y mucho rédito pecuniario. El valor de la palabra ha fenecido, viva el surrealismo verborréico.

La última patraña pre-eurovisiva fue, a pesar de sus infortunios, un triunfo del buen gusto musical. El directo tiene de interesante tanto como de arriesgado. El presentador es un maestro de ceremonias que ha de saber batirse en la magia de la improvisación; el guión nunca está cerrado.
La tercera edición de esta gala eurovisiva aupará al gusto por lo intemporal de Daniel Diges hacia Oslo. Todos confiamos en superar con facilidad el penúltimo lugar conseguido por el pop árabe de Soraya Arnelas y “La noche es para mí”. Alexander Rybak dejó el listón muy alto, en 2009, con el cuento musical “Fairytale”.

"Eurovisión 2010: Destino Oslo” ha sido un crisol musical rico y variopinto, aunando nerviosismo con ridículo. La buena música de voces preparadas se mezcló con la chabacanería putrefacta de un rapero, cuyos modales fueron tan vomitivos como su runrún. El tecno sexy femenino del trío Venus recordó, gracias a su atuendo, a los años sesenta: pura inocencia tontorrona metálica y blandengue. Nada que ver con la estética Moulin-Rouge de Ainhoa Cantalapiedra (medalla de plata en OT 2002 y oro en 2003): barroca y elegante, de cierto aire gótico. Su gran voz compitió con la de Coral o la de Lorena (oro en OT 2006), cuyo acompañamiento vocal recordó al espiritual americano menos castizo.

La música española es femenina. Las mujeres que optaron al triunfo, hicieron gala de una gran voz y sentimiento en las letras. La mímica sensual se llamó Samuel y Patricia. Su canción “Recuérdame”, unida a su juventud, les pronostican un fructífero camino por recorrer. Este mini festival de sonido multicolor estuvo ensombrecido por una presentadora empalagosa con sus desesperados llamamientos a las hordas del SMS masivo: ¡dinerito, dinerito! en lenguaje freudiano. Además de votar al cantante que nos representará en Noruega, nos cobran por opinar. Y luego me dicen que no piratee música.
En “Eurovisión 2010: Destino Oslo” se escuchó de todo: pop eléctrico de pegadizas guitarras (Fran Dieli), voces limpias (Coral, Ainhoa, Lorena, Daniel Diges) o el espanglish de José Galisteo con “Beautiful life”. Tuvimos bastante con la unión morfosintáctica de la mediática Rosa (2002) durante los tiempos borrascosos de su “Europe's Living a Celebration”.

La parte oscura de esta gala vino con un tal John Cobra -por respeto a sus tocayos, no menciono el nombre auténtico-: un sujeto deleznable, recuerdo chaparro del tono Chikilicuatre a ritmo hip hop. No se puede ser más repulsivo, ni soberbio, como este albañil valenciano que, durante unos minutos, quiso construirse su torre de marfil echándole más descaro que arte. Alma de cántaro, con lo que hiciste, ¡quién te va a querer!; ni para amenizar a los cerdos de una granja sirves.
El púbico que tuvo delante lo evaluó en su justa medida, mostrándose coherente al no aceptar el engaño musical; perdón, nauseabundo. La audiencia y el jurado, dieron la talla. Anne Igartiburu, encargada de apaciguar este entuerto, se atascó a pesar de sus tablas televisivas. Parece que un rapero vándalo le vino grande a una profesional acostumbrada al pijerío de sus “corazones rosas”, en el mundo del papel couché. No supo torear los imprevistos que emergieron fuera de la escaleta.
El tirón de orejas para los directivos de Televisión Española es mayúsculo al permitir que este cantarín sin modales -John Cobra- pise un plató insultando al respetable. Aunque resulta más vomitivo que los políticos usen esta lastimosa situación (en directo) como arma arrojadiza contra la oposición sobre la manera de filtrar los contenidos en la televisión pública.

...
Recuerdo que el 18 de este mes, un ex-presidente español, mandatario honorífico del PP y capo de FAES, insultó al público con un eructo mímico como medio de defensa ante lo que se ha labrado. La cosa no llegó al Senado. Por lo visto, un zafio rapero suscita más interés entre la clase política que un ex-presidente poco decoroso. El espejismo de John Cobra planea sobre la figura de este político.


¿Qué van a pensar en Europa de nosotros?
John Cobra, excremento social con referencias a Stalllone, no es el Eminem español.
El chow le salió por la pata abajo: incluso para ser irreverente hay que tener estilo. José María Íñigo, con la discrección que le corresponde, puso las cosas en su sitio: “Cuando uno se pone en un escenario, tienes que estar dispuesto a que te rompan la cara”. Los responsables de TVE deberían de afinar un poquito a la hora de elegir a los candidatos que representarán a España en una cita musical tan simbólica como Eurovisión.
Aún están recientes los fraudes de alguien que responde a un onomatopéyico Karmele o El Pezón Rojo. Esperemos que los seres esperpénticos se aparquen en la posteridad olvidada, donde la memoria se convierte en laguna ciega sin fondo.

Aparición sorpresa de Uribarri que, tras sus 25 años de retransmisión, seguirá al pie del micro eurovisivo. Ojalá que en 2010 se “jarte” de repetir “Spain, twelve points”. Igartiburu actuó de interferencia entre público y el comunicólogo. La periodista vasca le faltó al respeto intentando abreviar su intervención cuando no supo parar los pies a un hiphopero engreído. Igartburu imitó a Álex de la Iglesia, en la entrega de los Premios Goya 2010, aludiendo a la importancia del tiempo durante una gala en directo. Igartiburu encontró en Uribarri al reflejo de Almodóvar en dicha ceremonia, noqueándola con galantería hasta acallar su voz. Rosa, la Rosa de España, ahora rubia, no despertó antiguas pasiones; contagió cierta frialdad y falta de sincro; amenizó el también eurovisivo Sergio Dalma, ojos hundidos en cogote canoso, cual Quijote andariego.

El giro positivo se produjo con Daniel Diges. Un músico honesto, directo, poseedor de una sonrisa auténtica, nada pactada. Su voz se escuchó ágil y pausada entre la melodía suave de "Algo pequeñito". Desde el comienzo de su canción, Daniel arrasó como favorito. Su aire sencillo sorprendió a jurado y público. Daniel Diges rompe el molde de clon masculino subido de gomina y pelos erizados, tan aséptico y lineal que ha dejado de sorprender.
Por una vez triunfa la cordura y el buen gusto. Daniel Diges es el embajador musical que ensalzará a la melodía española, devolviéndola a épocas difuminadas dentro de nuestra memoria sonora.
Daniel recupera parte del espíritu humilde perdido en este festival. Su cabello rizado recuerda a los setenta, despide magnetismo. Su canción, un vals, es dulce, juguetona, llena de ilusión y sentimiento. Vals, naturalidad que se contagia, gran modulación de voz, canción de nana. “Algo pequeñito” tiene trazas de se algo grande en Oslo.

 

 

J. G.

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