Esta noche, la música se ha vestido con ropajes navarros en la sala Intruso. El bajo y voz de Mateo Laiz al bajo y la guitarra de Sergio Chocarro pasaron de versionar a sus grupos favoritos a lanzar una maqueta iniciática. Desde entonces ha llovido mucho y el cuentakilómetros musical de Sueños Rotos ya tiene rodaje. El cuarteto, finalista de los Encuentros de Jóvenes Artistas 2008 y 2009, trabaja un pop-rock adornado por toques melódicos y enérgicos. Una melodía pegadiza no marginó lo cañero, haciendo de cada canción un conjugación aceptable de ritmos atractivos. Como broche, Mateo lanzó un guiño a The Beatles con Twist & Shout sin provocar el baile de caderas que este tema despierta.
La banda del Carbón, igualmente navarros, fortalece las raíces evolucionando. Apuestan por letras en castellano, alejados de la influencia comercial anglosajona. Su sonido, como quedó demostrado, tiene mucho de ochentero, de guateque, de fiesta popular, de barraca, de pop-rock sin adulterar y, lo más importante, de independiente: adjetivos que, sin caer en el saco roto de las alabanzas dedicadas a llenar espacio, se completan con el optimismo de músicos sonrientes cargados de ilusión. No son pretenciosos, su creatividad aspira al entretenimiento amable gracias al sonido limpio y armónico. Un poco más de movimiento escénico hubiera realzado las buenas intenciones. El recuerdo a Antonio Flores con la versión de Siete vidas abrió la caja de la nostalgia y un aire renovado mientras La Curandera presentó a una pitonisa con más empeño que resultado en la carrera hacia el éxito. Los navarros, recelosos de los augurios poco fiables, están en el buen camino.