Cuando alguien muere, el recuerdo es superior a la realidad y el pasado engrandece ante el presente. El recuerdo se vuelve cariñoso; dolor y amor caminan juntos empujados por el destino. El afecto embarga a los vivos entregando una porción de su tiempo a los muertos. Es la debilidad del ser humano. Luis Eduardo Aute ha muerto (que no suene a murmullo húmedo de Arias Navarro); su música, respira. Si leyera estas palabras, se reiría con su chispa de inteligencia humorística, compondría una canción sobre ellas y se alejaría repitiendo ahora es un instante dentro de un reloj. El cantautor que ha tomado el pulso al momento de la censura y transición españolas permite que los que se quedan pongan título al recopilatorio de una vida inclasificable y en movimiento.
El recuerdo emerge frenético de emotividad, sin dejar espacio a que el reposo tome partido en la memoria. Antes de ayer, la certeza de tenerlo en el museo de la presencia pasaba desapercibida; hoy, su nombre se escucha como lamento. El que se queda muestra tristeza, el que desaparece lo hace con una sonrisa. Las canciones, y la voz, de Aute respiran entre la lluvia, durante paseos solitarios, frente a la inquietud del amor joven.
Aute fue el animal salvaje entregado a la seducción de una mirada, frente al erotismo de palabras que buscan romper convenciones, la ocurrencia de bailar un slowly in the night o rendido ante la evidencia de que nunca será Harrison Ford como amante. Dirigió la fuerza del deseo sin reprimir, del amor puro que grita no le temo a la vida ni a la muerte sin alzar la voz. Decir que hemos perdido al cantante y artista es injusto para quienes no nos levantamos junto a su cuerpo pero nos dormimos con el calor de sus melodías. Esta fragilidad que recuerda a los que acaban de morir tiene tanto de oportunista como de sentida. Ese rostro de seriedad templada proyectaba convirtió a las sonrisas en mariposas salidas de una chistera mágica sin avisar.
Aute ha muerto porque su carne, como la tuya y la mía, alimenta el desgaste físico. Nos ha legado el gusto adolescente por Elvys Presley, la influencia de Jacques Brel o Serge Gainsbourg; la proyección cinematográfica de sus textos; el amor a Lolita, de Kubrick; historias cantadas. Los momentos más duros de la Guerra Civil acechan Al Alba; los romances adolescentes que comienzan a Las cuatro y diez se mezclan con paradas de autobús, cabinas de teléfono que ya no existen, paradas el metro, paseos callejeros, sofás, dormitorios familiares o jergones acolchando a la soledad: pensamientos esbozados entre claroscuros, con alma dulce y canalla. Sólo Pasaba por aquí. Los desengaños y las decepciones forman parte del juego amatorio que Aute fotografió en sus composiciones.
La curiosidad alimentó una timidez observadora, indomable, reflexiva, guardando la distancia exacta entre la vulgaridad y la trasgresión. Seguiremos disfrutando a Aute mientras, él y yo, compartimos una intimidad respetuosa mutuamente. Como hacen los caballeros, y fiel a su timidez, Luis Eduardo Aute se ha muerto en silencio, sin despedidas ni homenajes, aprovechando que la atención está pendiente del coronavirus. Cogió la puerta de atrás que hace más afable el encuentro con una oscuridad desnuda que pide compañía. Sus canciones, sus poemas, las películas que rodó y la pintura fueron oxígeno exprimido hasta el límite con mesura. Son motivos suficientes para sentir que no te he perdido aunque no respires, amigo.