LA CALLE SUENA
PEQUEÑA MANIFIESTO
 
A los paseantes de la capital sus caras les son familiares, antes de la crisis sanitaria -y de las demoras de las nuevas licencias del Ayuntamiento que enmarcarán su trabajo bajo un nuevo y aún más restrictivo decreto-, cada día salían de sus casas instrumento en mano para poner banda sonora a la ciudad. Ahora, como el resto de ciudadanos, se han quedado dentro… y con ellos su medio de vida. Son los músicos de calle de Madrid.

La crisis del COVID-19 ha puesto de manifiesto la fragilidad del sistema y la precariedad de su trabajo. Porque la de músico es una profesión, como otra cualquiera, pero sin la seguridad que garantiza cualquier otra profesión. Es una realidad, que hoy ponen sobre la mesa, que dependen de la suerte, y que buena parte de sus ganancias llegan a través de donativos que reciben de esos paseantes que disfrutan de su música en las calles de Madrid. O en B. Dinero en B que llega de clientes que no quieren pagar su IVA (los hay con tal descaro que pretenden que ese IVA lo asuma el músico, mermando todavía más sus ganancias), dinero B que el músico acepta básicamente porque lo necesita para vivir. El dinero que pueden recaudar en A sigue llegando desde una situación de desventaja: el de los contratos con alta en la Seguridad Social por el mínimo, contratos que nunca duran más de un día… el de las facturas que los músicos cobran a través de empresas de dudosa moral que prometen “dar de alta” a cambio de un porcentaje del importe, disminuyendo de nuevo las ganancias del músico, empresas a las que recurren porque las ganancias mensuales no dan siquiera para darse de alta como autónomos y pagar la abusiva cuota. Esta realidad les ha dejado fuera del sistema, también para poder acceder a algún tipo de ayuda.
Quieren denunciar su delicada situación de la mejor forma que saben: tocando.