La consigna que en 1989 salía a las calles de Berlín Oriental pidiendo democracia se ha topado con el anverso de su moneda. Tras la caída del Muro, sus palabras renacen envueltas en una inesperada fuerza xenófoba. “Nosotros somos el pueblo” fue el grito de guerra lanzado por los ciudadanos de Bautzen (Sajonia) ante las llamas de un hotel destinado a recoger refugiados. Las miradas, cegadas por el odio de sus vecinos, festejaron un incendio que hace de la “Aktion wider den undeutschen Geist” (“Acción contra el espíritu anti-alemán”), 1933, una noche cercana en el tiempo. Una celebración vecinal al mejor estilo del fanatismo hitleriano, convirtiendo la tragedia en festín popular. |
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El espíritu alemán que repudia al extranjero se ha apoderado de una consigna que buscaba la libertad. Ahora, defiende el desprecio racista hacia personas inocentes que huyen de la guerra, mantenida con armamento de Occidente. Alemania es un gran surtidor de armas a los conflictos actuales. Sus tentáculos se alargan fuera de la OTAN hasta Argelia, Qatar, Arabia Saudita e Indonesia. Heckler&Koch es una firma muy reputada en este negocio, y de las más solicitadas. Los refugiados que deambulan por el mundo, y Europa no quiere, son producto de las guerras que alimenta este mercado.
Europa en general, y Alemania en particular, están haciendo alarde de una conducta incívica, gamberra y delictiva. El músculo insolidario se enfrenta a la razón humanitaria. Los refugiados no dan pena mientras su sombra no moleste.
El drama de los refugiados, y la agresión de Bautzen, cada vez más presentes en nuestras vidas, producen tristeza e indignación. Reírse de sus desgracias y aplaudirlas como si fueran una atracción de feria, es imperdonable y repulsivo. ¿Y esta es la locomotora de Europa?... cuando los vagones de su tren están descarrilando en una colisión de valores. Las tragedias que se ciernen sobre sus vidas, ya marcadas por el destino trágico, se ceban contra su indefensión mientras Europa las arrincona: ese viejo continente, cuna de la Marsellesa, de la revoluciones sociales, de la lucha contra los totalitarismos.
El 9 de noviembre de 1989, Alemania Oriental derribó el muro que fragmentaba Europa y su mapa buscó el dibujo de una unidad dispuesta a consolidarse. Los habitantes de Bautzen se alegraron de que el antiguo hotel Husarenhof, convertido en albergue para los refugiados, fuera pasto de las llamas, despertando lo peor de la simbología hitleriana. “Quien aplaude abiertamente cuando arden casas, quien mete miedo de muerte a los refugiados, actúa de forma repugnante y asquerosa”, escribió el ministro de Justicia alemán, Heiko Maas, en su cuenta de Twitter.
En esta ciudad sajona, las llamas de su tragedia iluminaban un cielo negro y panorama sombríos. Siento vergüenza de que sus ciudadanos sean europeos, como yo. ¡Apestan!
Las imágenes difundidas de este hotel maldito, en llamas dentro de un escenario nocturno, nos retroceden a las peores de las épocas de los fascismos europeos, al Ku Klux Klan, a la caza del vagabundo porque sí, convertida en nuevo pasatiempo de quienes culpan a los extranjeros de sus problemas, incapaces de solucionar a sus deformidades mentales.
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Este analfabetismo insolidario, y enfermo, me repugna. Siento vergüenza de estos alemanes y de una política europea miedosa que se esconde entre cumbres colegiales. Somos un polvorín que, como el cambio climático, estallará cuando la mecha no pueda apagarse, y mirar hacia atrás sea un espejismo del pasado que nos obligue a vivir pensando en un futuro calamitoso. “Hay que derribar los muros de la desconfianza y del odio promoviendo una cultura de reconciliación y solidaridad” (Papa Francisco).
Si la crisis de los refugiados fracasa, nosotros nos hundiremos con ellos, y Europa se convertirá en un gran Bautzen incendiario. |