Las paredes de pueblos y ciudades adquirieron una nueva piel con rostros y nombres desconocidos. Habían sido invadidas por siglas, caras sonrientes y promesas electorales encaminadas al desarrollo municipal. Las banderolas de los partidos políticos que concurrían a estas elecciones colgaban de las farolas como nuevas enseñas nacionales, la maquinaria publicitaria que mueve los hilos de la política actual no agobiaba como lo hace hoy.
Los ayuntamientos se convirtieron en motor de la ciudadanía. Se encontraron con una sociedad paralizada por el aislacionismo franquista. Los ediles tenían el reto de trabajar en las infraestructuras, gestionar una labor comunal, hacer de sus municipios motores de desarrollo y crecimiento, aún se desconocía el término sostenido. Era la época del 600, de las vacaciones familiares en Benidorm, del café y faria, de las aceitunas en el bar de Honorio comentando el partido dominical.
La gente se echó a las calles en sus Citroën descapotables y Simca 1000 con los cláxones sonando también a mil. Tras la excitación del contacto libre con las urnas democráticas, vino el recuento: para unos la alegría inicial se transformó en moderación, para otros aumentó. Como hoy y siempre, todos salieron ganando. Llegó la hora de trabajar para arreglar la Historia; había que devolver la confianza a la ciudadanía poniendo las promesas municipales sobre la mesa, al servicio de todos.
El viejo profesor Enrique Tierno Galván por Madrid, Narcís Serra por Barcelona, Julio Anguita en Granada o Jon Mirena Víctor Castañares por Bilbao fueron algunos de aquellos primeros ediles democráticos que tuvieron el privilegio de tomarle el pulso a este periodo histórico. Han pasado treinta años de aquellas elecciones y sólo han cambiado las personas, los retos siguen siendo los mismos, a caballo entre el civismo y el bienestar social. Se ha ampliado el espectro lingüístico: violencia de género, inmigración, políticas sociales, sanidad online.
La época de la Industrialización ha dado paso a la era de las TIC (Nuevas Tecnologías).
Los Ayuntamientos actualmente se encuentran en el punto de mira periodístico, y en el colectivo civil, por motivos insanos. Prevaricación, cohecho, tráfico de influencias, malversación, tramas de espionaje, falsedad cometida por funcionarios públicos, son términos que están en el acta del día de muchas corporaciones municipales.
Con la llegada de la Democracia a España, y de la figura presidencial, apareció el "síndrome de La Moncloa": se entraba en ella con humildad para alcanzar la esclavitud del poder personalista, del aislacionismo, del yo y mis circustancias políticas. La Moncloa es el Ayuntamiento Nacional. ¿Vamos hacia el progreso o la mezquindad se ha apoderado de las alcaldías? ¿Los alcaldes son tolerantes o se toleran entre sí? Ser alcalde es la forma más rápida de hacerse rico en España y no se exige titulación para el cargo.
“Después del poder, nada hay tan excelso como el saber tener dominio de su uso”, Richter.
¿Habría que limitar la ley de mandatos de los ediles? El Ayuntamiento es una plataforma ciudadana, no un obstáculo burocrático: con ese espíritu nació en 1979. El cineasta Berlanga supo, en su ironía, burlar a la censura franquista y criticar al Régimen con la contra-lectura de su obra. En 1961, la película “Plácido” plasmó en imágenes la tradición burguesa de poner a un pobre en la mesa por Nochebuena. Treinta años después llegó la hora de poner a un alcalde en nuestras ciudades.