El 26 de abril de 2020 será un fecha marcada en el calendario familiar y de la sociología. Las calles se convertirán en territorio infantil. La COVID-19 comienza su socialización transeúnte. La norma es para pasear con niños es clara: 1 paseo al día, a 1 km de casa, con 1 adulto y 1 hora; eso de saludar al vecino, contra mas lejos mejor. Los juguetes pueden salir a tomar el aire con la condición de desinfectarlos cuando regresen a casa. La marcha lleva unas normas hasta ahora desconocidas para cualquier excursión. Más que detenerse a admirar la mutación de la flora, y zamparse el bocadillo de tortilla familiar en el parque, la jornada debería ser un desentumecimiento rápido de los huesos dirigido a eliminar agresividad acumulada. Mientras no se baje la guardia, se respeten las distancias de seguridad y no se haya atascos en las avenidas paseadas, todo debería ir bien. La estampida puede producirse a través de la certeza esbozada con la boca pequeña. La operación salida es un misil propio de la guerra bacteriológica suicida. ¿No sería mejor enseñar al pequeño a familiarizarse con el coronavirus como un amiguito al que, a partir de ahora, lo vamos a tener que ajuntar por obligación? Lanzarlo al precipicio de la desconocido en aras de la libertad desestresante asusta. Me asusta. ¿Nos asusta? Si el niño no quiere salir, no hay que obligarle a satisfacer una necesidad de libertad adulta.
Mañana se podrán pisar las aceras bajo una fórmula quinielística, 1-1-1-1, en un partido donde saltarse las reglas del juego cívico sólo favorecerá al contrincante común: el coronavirus. El espíritu latino no es riguroso tratándose del ocio y es capaz de exponerse al contagio por disfrutar unos minutos en libertad inconsciente.
Las sonrisas han decorado las caras al conocer la medida. Una bomba de relojería está en su poder si no se maneja con precaución. Si hay que quedarse en casa porque no contamos con las garantías para desmovilizarnos, nos quedamos en casa. Los niños, acompañados de mayores, podrán dar su garbeo diario de una hora. Menos mal que la tecnología nos ayuda y será una circulación geolocalizada por Google Maps. Nos ayudará a no perdernos ni sobrepasar los sesenta minutos de caminata permitidos como cualquier podómetro digital. Será la pulsera antiterrorista que nos avise de no pasar el perímetro de seguridad comunitaria a no ser que todos decidan apagar sus teléfonos móviles, tan inteligentes.
La rutina perruna tendrá piel humana. Pasear a los niños será pasearse a sí mismo.
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