La reputada actriz de Nebraska repite como productora ejecutiva en una cinta cubierta de mucho ruido y pocas nueces. “La víctima perfecta” representa a esa minoría de películas interesantes que son destrozadas por el talento de una dirección que hace vulgar lo prometedor. El thriller psicótico cae en las redes del mamporreo extra y agobiante. El entorno del apuesto y misterioso Max (Jeffrey Dean Morgan) es atormentado, lleno de infravaloración y creciente en subestima personal. La atmósfera que aporta es de psicothriller dramático con una interpretación desperdiciada en la recta final. Un tipo normal que aparenta una vida normal, poseedor de una intimidad nada convencional. Es una marca registrada del dolor oscurantista y enfermizo. La infancia mediatizó su madurez al criarse junto a un familiar de lujo, Christopher Lee (August). “La víctima perfecta” engloba un argumento jugoso sepultado por un despliegue visual sangriento y aburrido.
Escasa pero excelente, una medición exacta, la interpretación de Christopher Lee: un personaje sórdido y sucio, de una corrección morbosa sobresaliente. Su aparición justa, de escaso diálogo y absoluto magnetismo, permanece en la mente del espectador como futuro asesino. Urbanidad solitaria de sombra pegajosa.
La fotografía de Guillermo Navarro mantiene viva la sintonía tétrica y psicodramática del film. Plasma ambientes y colores que describen con gusto el terror manteniendo la tensión; la sobredosis de susto previsible rompe esta sintonía. La cámara sobre Max deshila la espiral de celos y tormento que esconde, su rostro babea deseo y sudor eyaculados a escondidas; se palpa la represión del apetito sexual felino. Enjaulado en la timidez, su voyerismo enfermizo es digno de gabinete freudiano; su mente, un pasadizo más en el edificio que administra, convertido en ratonera.
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