Un ejemplo del talento desperdiciado, al menos, de cómo una idea interesante se convierte en papel para usos menores. Los triángulos amorosos deparan buenas historias hasta que “El sexo de los ángeles” rompe esta idea. Aquí triunfa lo forzado, el hacer por hacer, rodar para rodar sin continuidad coherente que mantenga la tención despierta. El comienzo simula una fanquicia yanqui, de estética cool donde falta la tortilla de patatas. El aire urbano que se intenta conferir a la película se derrumba por sí mismo, falto de sostenibilidad en pantalla. Ni tan siquiera ese toque de comuna hippy y urbanita aporta una chispa vital intuida, resulta empalagosa.
El amor no tiene límites, lo sabemos, “El sexo de los ángeles” intenta traspasar esa raya a golpe de cama liberal.
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La supuesta tensión sexual ahoga algo más profundo: las relaciones humanas abiertas. Se ha querido cantar al amor libre y al juego del galán enamorador. Pero, ni lo uno ni lo otro; aunque antes habría que preguntar a su director, el gallego Xavier Villaverde, lo que entiende él por libertad en el amor. La historia va perdiendo fuelle con su desarrollo para terminar en un fraude de guión imperdonable. Son más creíbles los muertos vivientes de
cualquier serie B que el resultado de la accidentada cinta: un gasto de dinero y trabajo artístico injustificable y un reto personal a ver quién resiste más en la cama. Sergi Gallardo se mueve bien con la fotografía en el formato técnico ya que desde el punto de vista contextual, todo queda remitido a la pobreza guionística.
Los dos varones representtan lo enfrentado de dos temperamentos: inocencia de Bruno frente a la independencia de Rai, rapero al uso sin familia ni hogar. Para sosegar esta distancia de personalidades (o alterarla más, según como se mire) se encuentran el alma inocente de Carla.
El amor siempre lo revuelve todo; “El sexo de los ángeles” hace aguas dentro de ese remolino sin fondo. |