Thor Heyerdahl entendía el mar como puente de comunicación entre culturas en vez de barreras naturales, impuestas con la intención de preservar pueblos y limitar mundos. Su personalidad buscaba nuevos caminos, desconocedora de fronteras y capaz de llegar al límite de lo imaginable.
“Kon-Tiki”, dios solar de los Incas (
Wiracocha), es un canto a la belleza marina, a su soledad y al tesón humano. Esta producción, grande como idea, destaca por la sencillez de sus imágenes. La naturalidad cotidiana moldea su figura lejos de efectos surrealistas dirigidos hacia un dramatismo visual artificioso.
La historia se narra al pie del cañón con su protagonista viviendo un doble enfrentamiento: a las mentes científicas institucionalizadas (personas obtusas anquilosadas en su prestigio) y al devenir de unas teorías que no escondían riesgos. La pugna entre la fuerza del mar y la fe humana impulsa las velas de
“Kon-Tiki”. Se trata de una obra valiosa en el terreno aventurero: sostenida y bella. El final, presumible, desluce la brillantez del recorrido. La dirección de Joachim Rønning y Espen Sandberg nos regala una cinta intensa, en la que el mar arropa una convivencia intensa.