La llegada de Tricky a suelo español pasó como un acontecimiento sombrío. Tuvo una acogida silenciosa, disfrutada por el fervor de una minoría que se mezcló con su música tríptica (hiphop, trance, de iconografía punk). ¿Dónde quedó el artista generador de colas y taquillas jugosas? Tricky es espectáculo en su sombra, misterioso y provocativo, capaz de saltarse la prohibición de fumar en las salas. Así calentó motores: a ritmo del instrumental "You Don't Wanna" encadenado con "Really Real" mientras exhibía una silueta de talle desnudo y espalda tatuada. Movimientos ondulatorios que, bajo un ritmo sinuoso, daban síntomas de cabaret sensual.
La insignia de Bristol fue piel rasgada de geometría tribal, beso de bocanada tabacalera, bruma. Tricky, junto a su vocalista Francesca Riley, se prometían un pareja de imbricación erótico-festiva. Heineken pintaba sombría y mortecina, con un gran vientre central lleno de vacuidad; faltaban los gritos y el sudor que significan la antesala de todo espectáculo.
La hipnosis envolvió la actuación de Tricky rodeada de insinuación y oscuridad.
Su sombra color café levantó la algarabía. El alboroto incondicional que se desplazó a saborear su directo mereció una apuesta más atrevida. Desde “Really Real” hasta “Vent”, Tricky se ofreció con una agresividad poco arriesgada sobre un escenario que se le veía pequeño. Jugó la carta de lo fácil dando pan y circo sin innovar. El delicado comienzo, y tenebroso, tuvo un desarrollo cercano al final, con más ganas de acabar el concierto que ofrecer un espectáculo digno de su nombre. Algunos asistentes habrán pensado: “fuimos pocos, pero los elegidos”; otros: “tanto artista para tan flaco concierto”. Ambos tuvieron razón. Tricky es el rey de la ambivalencia, del contraste y del minimalismo. Su fisonomía vende tanto como su música, forma parte de sus conciertos.
En vista de la soledad atraída, y saltándose las normas de seguridad, invitó a que el público pusiera la nota colorista de la noche. El escenario albergó “Ace of Spades”, un clásico de Motörhead, bajo notas electrónicas de beats alterados: se convirtió en rave-party comunal. Fue el principio de una serie de covers que engordaron este concierto fantasma. El peso vocal recayó en la voz de Francesca Riley, ligera en "Black Steel" y aceptable para quien no haya escuchado la versión original cantada por el cáustico Chuck D. El baile de versiones continuó con “Dear God” (XTC), “Try Way (Gangster Chronicle)” de London Posse. Potente batalla de gallos que pronto se convirtió en monólogo de la vocalista con “Kingston Logic”, de Terry Lynn, finalizando la sesión de covers.
Tricky, particular en su visión del espectáculo, representó una mezcla de ritual primitivo y anuncio de perfume masculino.
La calidad del sonido, abrazada con pasión por la melodía de Francesca, fue insuficiente para una música a caballo entre el hiphop y el arabesco. Padeció en silencio este infortunio de culpabilidad humana. La sensualidad despertada en “Overcome” a ritmo de danza árabe fue un elemento esotérico que iba enredando al público en un trance orgiástico. Su voz y movimientos oscurecieron a Tricky escondido en el fondo del escenario. Actitud repetitiva que denotaba unas ganas atroces de acabar, pasándole el muerto a otro.
El hecho de esconder su desnudez pronosticó el fin de un concierto que apenas duró tres cuartos de hora: un mero trámite que Tricky no supo resolver. Dicha espantada originó una enorme pitada taurina. Su mala educación tuvo que doblegarse ante los abucheos de un público descontento. Finalizó con dos bises de locura general bañándose entre el público ávido de una foto. La bacanal escénica se repitió rematando una pobre faena con otro baile estilo Happening. Intentó remendar lo que no supo acabar.
Tricky cosechó la decepción en taquilla y un contento pasajero sobre las tablas, tan efímero como un chute de rápida asimilación.