Lo decían Los Chichos con aire de despedida fandanguera: "Algo se muere en el alma cuando un amigo se va". Lo dice la ley del mercado con menos chunga bailaora, renovarse o morir.
La crisis ha roto el sueño de unas niñas que habían sustituido el oso de peluche por el póster de Leif Garret con el torso desnudo impreso en cuatricromía. El tacto de sus manos sobre esta piel de celulosa estrujaba el volumen de unos abdominales planos. En plena era digital, las curtidas generaciones de jovencitas quisquillosas se sienten traumatizadas al enterarse de que su revista de cabecera abandona el papel pasándose al mundo del bit e Internet. Las neonatas aplauden este giro desde su nada crepuscular.
La revista Super Pop no ha muerto, se ha sometido a un lifting de rejuvenecimiento tecnológico.
El mercadeo del coleccionismo fan se vuelve voraz; Super Pop pasará a convertirse en pieza de coleccionismo gutemberiano. El compilador será envidiado; su síndrome de Diógenes, alabado como virtud. El número adquiere un valor superior al del dígito.
Las paginas de esta publicación músico-mujercita ha aliviado complejos, acercando al ídolo a la individualidad de su lectora: comunión en soledad, mística de colegiala. Super Pop ha significado la puerta para adentrarse en las interioridades de Victoria Adams (Posh Spice) cuando estaba inmersa en el universo pijo Spice Girls. Sus páginas ilustraron con todo detalle la ascensión de New Kids on the Block. Los 90 fueron años de Take That y Backstreet Boys; el fenómeno fan saboreando las mieles imperiales de una industria que vende sonrisas y lágrimas vigilada por la OJD. Durante esta época gloriosa, la última década del siglo XX fue su época gloriosa. La fanmanía disparó las ventas de esta revista quinceañera hasta el millón de ejemplares. El último estudio realizado por este organismo regulador situaba esta cifra en los 86.500, referida al período comprendido entre julio de 2009 y junio de 2010. El cambio de dirección empresarial era evidente, la postura de los consumidores dependerá del valor físico que tenga el soporte digital.
Se acabó eso de soñar frente al póster de John Travolta en clase de biología en vez de analizar la extinción del dinosaurio. Atrás quedaron las clases de mates rellenando tests de compatibilidad amorosa diseñado para princesas; ahora, ¿cómo conocerás tu compatibilidad para alcanzar orgasmos requete placenteros? Se impondrá la mecánica ciber-real para adolescentes ávidas de cuchicheos musicales. Un Javier Álvarez más contemporáneo canta a putas de patria callejera.
La digitalización de Super Pop modifica los hábitos lingüísticos; desaparecen los póster a tamaño natural y los juegos recortables; no serás carne de kiosko sino de versión 2.0 gratis. Los abalorios que dan vida al fetichismo adolescente se sustituyen por la zona de registro. El consumidor se convertirá en habitante de Twitter; de lector pasará a ser categorizado como target. Permanecerá inalterable su curiosidad de adolescente marujona. El hashtag #superpop se ha convertido en nueva iconografia del alfabeto juvenil, tras la arroba y el smiley. El vocablo se convierte en Trending topic. Twitter, Facebook, Tuenti, surferos de La Nube, uníos: vuestros ídolos son cada vez entes más digitales que humanos.
La amiga avispada no podrá presumir más:
-“¡Tengo el último número del Super Pop!”. Suena a arcaico; ahora se lee en el iPod.
Muere Super Pop, bienvenida E-Super Pop a la jungla digital. No serás una chica ye-yé ni pop, sino ciberfan.
Si The Buggles anunciaron que el vídeo mató a la estrella de la radio, Internet ha asesinado a la estrella de papel.