El apellido pesa en el mundo del espectáculo: para lo bueno y para lo malo. Puede resultar una losa demasiado pesada o un trampolín que haga sentir la ligereza de la fama conseguida sin esfuerzo. Cohen llevó el agua por su camino gracias a las canciones de “Like a Man”. El artista canadiense se ganó con facilidad prestidigitadora al escaso público que tuvo el placer de degustar su sonido en directo. Un lujo acústico repleto de humor y atractivo. El Sol, gruta de la historia musical alternativa, hizo las veces de ágora melódica. La voz de Adam Cohen acompañó a su guitarra entre sex-appeal latino.
Música para disfrutar, para volver a escuchar en la compañía de tequila romántico. Susurro. La guitarra fue su segunda voz, se convirtió en interlocutor trasportando poesía. Se estableció un hilo comunicativo con el corazón del oyente. Reunidos en familia, Adam Cohen se convirtió en gurú emocional; líder sin galones de una inmensa minoría, se dejaba embargar por la suavidad de sus palabras y música. Una minoría selecta. Lo lleva en los genes. En su interior, le embarga el recuerdo a un padre universal. “I`m Your Man” titula Leonard Cohen; su hijo le robó el trono en muchos corazones.
El nombre traía expectación para el estudioso generacional del rock. No salió defraudado, encontrando el agrado gracias a la buena conjunción armónica de Adam Cohen. Sonido elegante y textos que describen experiencias personales.
Penumbra, azules suaves y luces semi apagadas que no llegaron a ahogarse en la oscuridad intimista. Mai Bloomfield, una mujer de porte menudo, cautivó con la voz y una guitarra: su mejor lenguaje. Inspiró tranquilidad, agua clara y cielos abiertos; acarició cumbres borrascosas y horizontes lejanos, de ensueño. Sus canciones se encargaron de convertirlos en proximidad. Cantó dulce, melódica y agradecida.
Los teloneros sirven para calentar motores; Mai Bloomfield diseño su propio concierto de manera humilde y sonriente. Acompañada del violonchelo nos dejó un recuerdo de valor impagable.
El mar calmado, la luna no había llegado el cénit de su trayectoria, un oleaje tranquilo paseaba por El Sol. Adam Cohen salió a escena: galán cinematográfico con aire latino. Llevaba grabada en la frente la consigna “amistad y mundo”. Guitarra en mano y estribillo español en boca atrajeron a los nostálgicos del apellido hacia su personalidad. Se hizo querer, tranquilidad sobre las tablas y suavidad sonora. La alternancia lingüística, entre canción y canción, sembró acogida y recogimiento. Vaquero y crooner, bohemio y hombre de raíces. Las canciones de “Like a Man” supieron a delicatesse de lento llantar.
El acompañamiento de Mia Bloomfield al chelo en “Girls These Day” fue el elemento idóneo para crear atmósferas borrachas de sensibilidad. Marvin Gaye nos guiñó un ojo desde el recuerdo al tiempo que Adam Cohen clavó una versión de “What's Goin' On?”. Su música respiró negra y suave; personal.
Ojalá que el disco hubiese contenido más canciones para prolongar este concierto en el tiempo, algo que el público demandó.
Adam Cohen es un ejemplo de la sencillez convertida en maravilla. Con poco se pueden hacer grandes cosas.