La tragedia se sigue cebando con la música y sus estrellas de carne y hueso. Después de David Bowie le ha tocado el turno al Príncipe de Minneapolis. Su deceso alimenta una presencia icónica que suele traducirse en el incremento global de ventas discográficas. Se impone como tema de conversación llevado hasta extremos fantasiosos, abiertos a cualquier conjetura. El ídolo se desmitifica y se santifica con el mismo fervor noticioso. El morbo hacia los famosos es alimentado con atribuciones apasionadas de realeza. Los epítetos engrandecen su inmortalidad áurea en las listas de éxitos. Somos infantiles, simples e idólatras apasionados más allá de los límites entre la vida y la muerte. Ni Prince ni el resto de músicos desaparecidos en lo que va de año hicieron caso a James Dean o Sid Vicious. Seguro que no vivieron a la velocidad de Sid, tampoco fenecieron tan apresuradamente como el actor californiano y sólo ellos sabrán si dejaron un cadáver bello aunque así conste en la imaginación de sus seguidores. Lemmy Kilmister, el fundador de Motörhead, fue más sabio al decir ‹‹Vive rápido, muere de viejo››. También se masculla, con cadencia reconfortante, que cuando alguien muere, pasa a estar por encima del bien y del mal.
Un público amable no dudó en lanzarse a los brazos de unas canciones resultonas, ya instaladas como éxitos en los oídos de la audiencia.
La huella de Prince es insustituible; su contribución al rock, incuestionable; su voz, personal; la comunicación con los instrumentos, prodigiosa. Desde 2004 forma parte del Salón de la Fama del Rock and Roll, Cleveland. Y, por qué no, puede que encuentre espacio entre las figuras de cera que pueblan el museo Madame Tussauds de Londres. Será objeto de la mitomanía, sus reliquias materiales comenzarán a subastarse a precios astronómicos. Lo que no podrá ser rifado en una puja pública o privada es el magnetismo sonoro de su constancia innovadora, capaz de reinventarse en el trabajo siguiente.
El nombre del cantante proviene del apelativo artístico que su padre utilizó mientras actuaba con Mattie Shaw, la madre de Prince, en un grupo de jazz llamado Prince Rogers Trio. Los conflictos con Warner Bros. sobre la autoría y posesión de sus canciones le incitaron a identificarse con un símbolo impronunciable que evitara cualquier vínculo con la compañía discográfica. También fue «El artista antes conocido como Prince» (TAFKAP por sus siglas en inglés, The Artist Formerly Known as Prince) o simplemente «El artista».
Los labios con forma de parachoques carnoso; su mirada fija; la desnudez artística exhibida en la carátula del disco Lovesexy; la sutileza ilimitada de Dirty Mind o el corazón rebelde que luce en la portada de Purple Rain no pasaron desapercibidos. Canciones como Little Red Corvette, When Doves Cry, Kiss, I Would Die 4 U, Paisley Park, Raspberry Beret o Alphabet St. pertenecen a un repertorio ignorado por el paso del tiempo. No renunció a la comercialidad de las bandas sonoras e hizo una obra mágica para la película Batman, dirigida por Tim Burton en 1989. Sacó de Jack Nicholson el Joker más irreverente, fiel a su gamberrismo en el vídeo Partyman; desplegó adrenalina coral en Batdance.
El multiinstrumentista, cantautor, productor discográfico, bailarín, actor y cineasta estadounidense, vegano antes que las modas alimenticias, andrógino sin empoderamiento, amante y maestro del falsete, tenía mucho de autodidacta. Entre otras mujeres, se le emparentó románticamente con Kim Basinger, Madonna, Carmen Electra, Jill Jones (quien hizo los coros en varias pistas del álbum 1999) o Sherila E. (voz en la cara B de Let's Go Crazy y Erotic City). Prince Rogers Nelson demostró dotes artísticas desde una edad niño temprana. A los 7 años compuso su primera canción, Funk Machine; a los 19, tocaba 23 instrumentos en el álbum For you. Es una pérdida injusta, una fatalidad maldita, otra víctima de las drogas menos saludables. La concepción musical y escénica de Price sedujeron a una generación que jamás lo olvidará cuando sea adulta. Dejemos a los muertos descansar en paz aunque su leyenda siga creciendo.