La furia invade al saxo de Lemozine desde que sus notas cristalizan sobre un escenario. La música que desprende ataca con fuerza roquera mientras Maria Lindmäe canta sobre nuestra obsesión por el tiempo. La heroína vocal de esta banda nacida en Barcelona proyectó su eco limpio con garra; a veces, ayudada por el acompañamiento acertado de un altavoz pequeño (como el casco de un albañil a pie de obra) que agudizaba el ímpetu de sus cuerdas vocales. Hace que pensemos sobre el egoísmo de expresiones como no gastes mi tiempo. ¿Por qué tenemos que convertirnos en seres más productivos en vez de priorizar espacio al sentimiento? Lemozine lo recuerda, no exento de razón, empapado de fuerza escénica. Su vigor gana terreno al acorde atropellado, hace olvidar el estrés laboral para desmelenares con un rock activo.
Después del toque electrónico inicial, el saxofonista Dave Saxattack (a.k.a. David Riberas) se llevó el gato al agua gracias a contorsiones gimnásticas: su ritmo endiablado sudaba fuego y entrega en una amalgama de fervor y placer. Los textos y el sonido se funden con un desenvolvimiento penetrante. Lemozine regala entusiasmo, llenando los huecos de una sala vacía por ignorancia porque perderse su actuación es signo de ignorancia musical.
Desde el primer tema pusieron la carne en el asador: única manera de conquistar el aplauso y la emoción de un público ilusionado con lo que escucha. Las canciones de Lemozine son un lujo palpitante y cañero: gotas de champán musical sin alcohol que sólo acepta la presencia de una borrachera sonora festiva. Los golpes roqueros provocaron el bombardeo de sensaciones agitadoras. No hubo tiempo para el descanso.
La llama encendida del glam ardía sin intención de apagarse en una hoguera alimentada por el calor de la minoría selecta presente. El saxo y el bajo se enzarzaron en un parloteo sonoro cargado de voltaje cáustico, demoledor, huracanado.
El concierto, que sirvió para la presentación del grupo, albergó espíritu solidario. ‹‹Silly Song›› homenajeó a los acontecimientos sufridos en la parisina sala Bataclan: un incidente que les tocó de lleno y quisieron recordar. La euforia, con sabor a cabaret, se consagró como premisa del concierto. La vida, palabra de ‹‹We should kiss››, es un beso continuo que debemos preservar.
Lemozine es toneladas de rock adulto. Sonidos pesados y compactos, bien engarzados. Un goce intenso. Las puertas del final fueron una vuelta a sus raíces con ‹‹Doesn't matter››, el primer tema que grabaron hace 2 años en el que la fuerza asoma sin complejos. Como regalazo, fuera del repertorio oficial, una versión reforzada de ‹‹Heart of Glass››, Blondie, trasformó su glamour en atractivo explosivo. La conjunción entre voz e instrumentación posicionan a Lemozine como una banda abierta al futuro.