ENTREVISTA A KAD MERAD
Actor de la película "Quiero ser italiano".


P.: Usted es hijo de madre francesa y de padre de origen argelino. ¿Qué recuerdos conserva de Argelia?
Kad Merad: Cuando íbamos en agosto. ¡Un maravilloso éxodo! Mi padre tenía una amiga y éramos cuatro mocosos detrás, mi hermana, mis hermanos y yo. Era todo un folclore, se lo aseguro. Me acuerdo que tardábamos un mínimo de tres horas de cola en la frontera algéro-marroquí. El viaje duraba tres días, sin aire acondicionado; dormíamos en el coche en el aparcamiento del barco. La llegada al pueblo era una fiesta. Mis abuelos tenían una granja familiar, en Ouled Mimoun cerca de Tlemcen (en el oeste, cerca de la frontera marroquí).

P.: ¿Cómo les esperaban?
K. M.: Eran super amables con nosotros, se establecía la comunicación de inmediato. Éramos los blanquitos, aunque gracias a nuestros nombres la integración era más fácil: Kaddour, Karim, Yasmina y Reda. Fue mi madre quien quiso que tuviéramos nombres argelinos.

P.: ¿Hablaban algo en árabe?
K. M.: En absoluto. ¡Y mi abuela tampoco hablaba francés! A pesar de todo, nuestra complicidad era increible. Nuestras vacaciones se pasaban cantando a voz en grito, jugando en el patio, con las tortugas que pasaban a veces. Me acuerdo que había un chorro de agua y que éramos los reyes del mundo. Verdaderamente no era nuestra casa y sin embargo nos sentíamos como en casa.

P.: ¿No tuvo nunca ganas de aprender la lengua?
K. M.: Es una lengua muy difícil y ademas mi padre nunca nos la impuso. ¡Es una lengua tan marcial que a veces creía que estaba hecha para insultarse! Hoy siento no haberla aprendido; hablaría las dos y sobre todo parecería menos estúpido cuando estoy con jóvenes del país que se dirigen a mi en árabe imaginando que lo hablo! (Risas).

P.: ¿Qué es lo que continúa seduciéndole de esta cultura?
K. M.:
Cada vez que escucho música árabe siento un escalofrío, se lo juro. Esto me recuerda los domingos de nuestra infancia. A mi padre le gustaba escuchar música de su región preparando el cuscús.

P.: ¿Y qué ha sido de sus hermanos?
K. M.:
Uno de mis hermanos es restaurador en Marsella, el otro es asegurador y mi hermana trabaja en turismo. Y yo, como usted sabe, me he dedicado a la rama médica.

P.: ¿Se hizo actor a pesar de sus orígenes, o gracias a ellos?
K. M.:
Un poco de cada uno. Estudiaba para actor, y a causa de mi nombre, se me escapó un papel principal en el teatro. En aquel momento, fue una frustración para mí. Pero hoy, es historia pasada y no guardo más que un vago recuerdo.

P.: Pese a todo, llegó un primer papel.
K. M.:
¡Sí, el de un educador magrebí en la serie " El Tribunal "! Mi personaje se llamaba Ahmed Ben Mabrouk y me dije que si no tenía cuidado, podía pasarme representando a un criado árabe durante mucho tiempo. Fue entonces cuando estuve a punto de hacer la jilipollez de cambiar de nombre y ponerme François Merad, de Mourad en la película. Lo pensé seriamente.

P.: Su padre había hecho lo mismo en su juventud, ¿no?
K. M.:
Mi padre se llamaba Mohamed pero todo el mundo le conocía por Rémi. A él le gustaba; era su manera de evitar inquietar a los demás sobre sus orígenes y tener tranquilidad en su vida profesional. Pero yo no he querido reproducir el mismo esquema y finalmente me quedé el Kaddour, pero con el diminutivo Kad.

P.: ¿Lo que cuenta “El Italiano” es una realidad?
K. M.:
¡Desde luego! Sin haber querido hacer una película de mensaje, la historia planea sobre un tema actual, alrededor de las nociones de identidad, de nacionalidad. Es una película que actua como lupa sobre esos puntos. Los resortes son cómicos, pero la intención se apoya en una realidad. ¡Las pizzerías de Francia y de Navarra estan dirigidas por un gran número de Mourads qué se hacen llamar Dino! (Risas).

P.: ¿Supone “El italiano” un cambio de registro?
K. M.:
No lo creo; no es la intención; ¡con Olivier hemos hecho tantas tonterías que había que renovarse, o por lo menos tratar de hacerlo! Cuando descubrimos el guión original de Nicolas Boukhrief y Éric Besnard nos tocó la profundidad del tema. Sin renegar de nada de lo que hemos hecho hasta ahora, hay que reconocer que EL ITALIANO está lejos de SAFARI y de la comedia genuina con persecución en la selva y el león que hace reír. La edad, el hecho de tener niños, nos hace sentirnos, sin duda, responsables.

P.: La película evoca el peso de la religión en la vida cotidiana del protagonista. No es creyente, pero intenta serlo para dar gusto a su padre.
K. M.: Mi padre no era religioso, ni mi madre. La única reminiscencia es que no comíamos a carne de cerdo. Me acuerdo que mi abuela rezaba, pero discretamente, en la intimidad de su habitación. No era nada excepcional; no recuerdo que esto nos haya turbado hasta el punto de necesitar hablar de ello.


P.: Olivier Baroux nos comentó cómo se tomó a pecho las escenas de oración.
K. M.: Sí, de hecho, yo estaba muy emocionado. El protocolo, el ceremonial, que trabajé con un coach, me ponía en una predisposición de espíritu que abría la puerta a esta emoción. Quería hacerlo bien, que resultara creible. De hecho la historia de este tipo me toca. La encuentro bella. El Italiano es la historia de un hombre que liberándose de sus miedos aprende a ser él mismo.

P.: ¿Su padre vió la película?
K. M.: No, todavía no. Sin duda le va a parecer raro. Mi padre, con 77 años, está en el momento de su vida en donde las emociones le dan menos miedo. Se deja ganar por ellas más fácilmente. Le he avisado de que la película podría revolverlo. Mi personaje se llama Mourad, que era también el nombre de su hermano, muerto demasiado temprano. Ahora, tengo ganas de regresar a Argelia con él. Nos llevaremos a Khalil, mi hijo y le contaré sobre la granja familiar.


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Texto: A Contracorriente ©

 
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