ENTREVISTA A JÉRÉMIE ELKAÏM
Co-guionista de la película "Declaración de guerra".


Claire Vassé: El tema de DECLARACIÓN DE GUERRA es dramático; sin embargo, la película no es un drama ni una comedia. Solo entran ganas de decir que es una película viva.
Jérémie Elkaïm: Sí, también me cuesta clasificar la película. No me parece una comedia dramática, ni tampoco un drama o un melodrama. Con la distancia que da el tiempo, Jérémie Elkaïm y yo pensamos que solo es una película física, intensa, viva. Al principio quería hacer una película de acción, un western o un film bélico, tal como indica el título. Era la idea de un gesto, como si abriésemos una puerta y mirásemos lo que ocurre detrás: el encuentro de dos jóvenes que viven una aventura de verdad, no de cartón piedra. Como si Roméo y Juliette se hubiesen conocido para someterse a esta prueba juntos.

C. V.: Es coguionista y actor de DECLARACIÓN DE GUERRA. Además, ocupa un lugar preponderante en las películas de Valérie Donzelli, ¿cómo la definiría?
J. E.: Me cuesta mucho situar de forma concreta mi participación en el trabajo de Valérie. Pero sí diré que hace años que nuestro diálogo es permanente, y que quizá actúe como contrapunto. Pongo orden en sus ideas. Valérie puede llegar muy lejos, no le asusta el ridículo, “no respetar” el tema. No intenta ser una buena alumna, cree profundamente que no hay reglas para conseguir lo que se quiere en el cine. Lo importante para ella es que la idea se encarne, que exista. Pauline Gaillard, la montadora, la describe a la perfección cuando dice: “Valérie lleva el inconsciente en bandolera”.

C. V.: ¿Cómo abordó el tema de una historia que realmente habían vivido?
J.E.: Creo que siempre nos inspiramos en nuestras vivencias, en lo que somos. Pero es verdad que DECLARACIÓN DE GUERRA es una película autobiográfica, lo que nos planteaba muchos problemas para el guión. ¿Cómo encarnar algo que realmente ocurrió? Siempre se tiene la impresión de estar por debajo de la realidad. Haber pasado por una experiencia muy fuerte no significa que también lo sea para los demás y que se pueda plasmar en una película. Se trataba de contar lo que habíamos vivido bajo la forma de una historia. Volcarnos en la pareja formada por Roméo y Juliette nos permitió distanciarnos de la enfermedad de Adam.

C. V.: La película tiene mucho humor.
J.E.: Al haber vivido una historia parecida, estábamos autorizados a burlarnos de nosotros mismos. Al principio queríamos llevar la comedia aún más lejos, pero se impuso la intensidad de la película.

C. V.: ¿Cómo fue la escritura del guión?
J. E.:
Mientras luchamos contra la enfermedad de nuestro hijo, Valérie escribió un diario. A partir de este material informe, intentamos sacar una estructura, un poco como si adaptáramos para la gran pantalla un intercambio de cartas. El gran reto fue alejarse de los hechos, pasar a la ficción. Pero lo conseguimos porque teníamos un objetivo: deshacerse de lo malo para compartir lo bueno.
Al terminar el guión, teníamos la impresión de haber escrito una película de acción. El productor, Edouard Weil, lo entendió inmediatamente y formó parte de la dinámica. Nos apoyó desde el principio, fue un productor de ensueño. La escritura y la preproducción fueron muy rápidas; tardamos menos de un año en hacer la película.

C. V.: La característica de DECLARACIÓN DE GUERRA no es ser optimista o pesimista, sino tener una vida pletórica.
J. E.:
Espero alcanzar la ataraxia. Carecer de estados anímicos molestos, de angustias existenciales, esperar siempre que la vida sea una aventura triste o alegre, da igual. Pero si se alcanza la ataraxia total, hay un lado mórbido, se acaba siendo casi totalmente pasivo, dispuesto a aceptarlo todo. Pasarse de sabiduría también equivale a no mover el culo. Cuando vivimos la enfermedad de nuestro hijo, se trataba de sobrevivir a toda costa.

C. V.: Roméo, Juliette, Adam, nombres con resonancia universal, nombres míticos.
J. E.:
Al principio no sabíamos cómo llamar a los dos enamorados, pero quería que sus nombres les identificaran como pareja. “Qué tal Roméo y Juliette”, me propuso Jérémie. “De acuerdo”, le contesté, “pero habrá que interpretarlos con todas las consecuencias”. Por eso se conocen en una fiesta, se sorprenden al descubrir sus nombres, se preguntan si les espera un destino trágico…
Para Adam buscaba un nombre universal. Adam es el primer hombre, tiene un sonido muy dulce, suena bien. Era importante, ya que se repite mucho en la película.

C. V.: ¿Cómo fue en el rodaje?
J. E.:
Seguía manteniendo el mismo diálogo con Valérie, y no solo como actor. Pero pasaba lo mismo con todos los miembros del equipo. Al ser un grupo reducido, menos de diez, todos debíamos ser polivalentes. Inventamos el concepto del técnico “navaja suiza” capaz de realizar varias funciones. Un rodaje con diez personas no es lo mismo que con cincuenta. Todos podíamos opinar, compartíamos el mismo objetivo.

C. V.: Más concretamente, ¿qué quiere decir con eso?
J. E.:
Que ya no existe la jerarquía. Si uno ve un objeto que no debería estar en el encuadre, lo quita, no espera a que lo haga el de atrezo. Corrijo un defecto en el maquillaje. Si hace falta un figurante, sustituyo al técnico que hace de figurante. Valérie tiene la capacidad de adaptarse a la realidad, de aceptar los incidentes, que no aparezca un actor, que falle un decorado… Siempre encuentra una solución, acepta de forma positiva los impedimentos.

C. V.: Como Roméo y Juliette.
J. E.:
Sí, se avanza y la película también se construye con lo que ha ocurrido durante el rodaje, es testigo de los diversos incidentes. Ya lo dijo Wong Kar-wai: “Hacer cine es resolver problemas”. Encaja muy bien con Valérie.

C. V.: ¿Y la decisión de interpretar los papeles de Roméo y de Juliette?
J. E.:
Me preocupaba no conseguir alejarme lo suficiente, pero tampoco me quitaba el sueño. Me parecía que ya habíamos resuelto parte del problema en el guión. Tenía sentido que ambos interpretáramos a los protagonistas: habíamos escrito el guión juntos, lo habíamos imaginado juntos. Y así había dos personas menos en el plató.

C. V.: ¿Cómo le dirigió Valérie Donzelli?
J. E.: Nos conocemos muy bien, no hace falta hablar mucho, todo es más rápido y más sencillo. Además, había participado en la concepción del personaje; gran parte del camino estaba desbrozado, por lo que el proceso de encarnación se aceleró. Valérie anima a los actores a trabajar lo mejor que tienen.


C. V.: ¿Nunca tuvo ganas de codirigir la película?
J. E.: En el trabajo que realizo con Valérie, ella lleva el peso, actúo más bien como consejero. Nuestro equilibrio se basa en esta complementariedad. Valérie funciona si es el motor de su película, si se rodea de personas que ella ha escogido, entre las que me encuentro. No puede haber un motor repartido. Y si hago bien mi trabajo cuando me dirige, es porque no soy el responsable de la película.

C. V.: Roméo y Juliette salen de la prueba “destruidos, pero sólidos”.
J. E.: Al final están separados, pero han crecido y están más unidos por las extraordinarias vivencias que han compartido. Ya no podrán vivir como una pareja clásica porque la prueba ha cambiado sus vidas, pero han accedido a un nivel de comprensión superior. Les basta con una mirada para saber por lo que han pasado.
No recuerdo qué cineasta decía: “Todas las películas plantean la misma pregunta: ¿Existe el amor?” Si hay que dar una respuesta, diré que existe. Soy creyente. No me refiero al sentido religioso del término, pero creo en la vida, en la unión, la escucha, el respeto. Ninguno de estos valores me parece tonto, al contrario, son grandes, y me entran ganas de compartirlos.


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Texto: Claire Vassé ©

 
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