ENTREVISTA A GAD ELMALEH
Protagonista de la película "La felicidad nunca viene sola".


Pregunta: Desde Un engaño de lujo, no había vuelto a trabajar en ninguna comedia romántica. ¿Es un género que le gusta especialmente?
Gad Elmaleh: Me han propuesto algunas, pero no tenían ese equilibrio entre humor y romanticismo. Como actor y humorista, siempre me preocupa que las películas no tengan suficiente comedia. En este proyecto, conociendo el universo poético, loco e hipersensible de James Huth, sabía que iba a haber siempre la dosis de comedia necesaria. Y no sólo eso, sino que también hay una historia de amor creíble. Y que tanto la pareja como la historia sean convincentes es la base de una comedia romántica.

P.: ¿Qué es lo que más le gustó del guión de LA FELICIDAD NUNCA VIENE SOLA?
G. E.: En primer lugar, tenía ganas de volver a hacer cine tras cuatro años de gira. De vez en cuando me encontraba con James, nos hacíamos señas en los bares, nos parecía que teníamos que trabajar juntos, pero no sabíamos muy bien en qué. Cuando leí su guión, me quedé prendado por el personaje, sobre todo por el hecho de que fuera pianista. Y, para ser sincero, ¡la idea de trabajar junto a Sophie Marceau me hacía mucha ilusión! Antes incluso de hacer esta película, ya tenía ganas de rodar con ella.

P.: ¿Le impresionó conocerla?
G. E.: Impresionar no es exactamente la palabra, estaba entusiasmado. Si me hubieran preguntado con qué actriz del mundo querría rodar una comedia romántica, habría contestado que con Sophie Marceau.

P.: ¿Qué representa ella para usted?
G. E.: Me parece que tiene un punto sexy, atractivo, estimulante y al mismo tiempo muy reconfortante. Una mezcla de aspectos estimulantes y de aplomo. ¡Me ha encantado trabajar con ella! Además, ¡tiene mucho sentido del humor! No sólo participaba de mis bromas, sino que a veces me superaba. Yo no soy de los que han crecido con La fiesta. Cuando se estrenó yo estaba en Marruecos, y la vi varios años después. De hecho, ¡tardé mucho en descubrir a Sophie Marceau!

P.: ¿Cómo vivió sus primeros encuentros con ella? Parece que no estaba del todo cómodo...
G. E.:
Yo creo que ella tampoco... Yo sentía la necesidad de agradar a la persona con la que iba a compartir tres meses de rodaje. No sólo a nivel artístico, sino también humano. Y no tenía ganas de hacer tonterías sólo para que se riera... ¡Es verdad que en nuestros primeros encuentros me porté como un niño bueno!

P.: ¿Tiene algo en común con el personaje de Sacha?
G. E.:
En realidad no, está muy alejado de mí como persona. A mí me puede la culpabilidad, soy tremendamente responsable, siempre estoy dispuesto a ponerme en marcha si mi familia me necesita... La despreocupación de Sacha es algo que no conozco. Al contrario que él, yo necesito tener todo en orden, que las facturas estén pagadas... En lo que sí nos parecemos es en nuestro amor por la música. A mí me hubiera gustado mucho ser pianista, es mi vocación frustrada. Toco el piano, pero no soy muy bueno. Creo que su sentido del humor proviene también de esa ligereza. De hecho, Sacha es un enamoradizo. ¡Y yo también! ¡Siempre estoy enamorado! Pero no sólo de las mujeres, es una forma de ser. Como él, me encanta el estado de enamoramiento. Eso es lo que me gusta de esta película, que esta historia lo atrapa sin que él se lo espere en absoluto. De repente, se va a vivir con una mujer que tiene tres hijos y dos ex maridos muy presentes en su vida.

P.: Lo más interesante es que el flechazo sucede al principio y no al final de la película...
G. E.:
Al principio vemos a Sacha en un local, bebiendo y ligando con una chica, y comprendemos que le gusta la libertad, y la fuerte atracción que siente por Charlotte es para él como un mazazo. Me encanta ese momento en el que se miran y entienden que están enamorados. Creo que en ese instante él se siente un poco melancólico. Y cuando Sophie tuvo que tirarse al suelo en pleno chaparrón ¡me dejó boquiabierto! Yo en plan gallina y ella queriendo darlo todo… ¡Menudo arrojo!

P.: Sacha no sabe apañarse solo, su madre le cuida, su abuela le da consejos, y sus colegas son su segunda familia...
G. E.:
Es verdad que su madre y su abuela lo protegen, pero ése no es el caso de Charlotte. ¡Su abuela es genial! ¡Me parece muy complicado interpretar a una asquenazí! [se ríe]. Y es cierto que la amistad es muy importante para él. No es que sea un inmaduro, pero él y sus colegas tienen nostalgia de lo que podrían y deberían hacer hecho. Además, tengo que decir que me ha encantado trabajar con Maurice Barthélemy. Es gracioso, intenso y dramático. A veces consigue darle la vuelta a una escena con una emoción increíble... Me gusta esa fuerza que desprende.

P.: La transformación de Sacha es muy interesante. A pesar de todos los inconvenientes de la relación, sobre todo los niños, él se lanza igualmente.
G. E.:
Me gusta mucho la escena en la que está comiendo dulces y no sabe qué hacer... La comedia está también en el hecho de que no sólo tiene que gustarle a Charlotte, sino también a sus hijos, algo que no es tan evidente, sobre todo en el caso del más pequeño. Siempre resulta un poco complicado trabajar con niños, pero reconozco que estos tres han estado fantásticos.

P.: ¿Qué opina de la relación entre Charlotte y Sacha?
G. E.:
Al ver la película he pensado mucho en las mujeres que se permiten ser libres. En las que se atreven y en las que no se atreven a volver a implicarse en una relación. La película es también una reflexión sobre eso. Y espero que dé ideas a toda esas mujeres que están solas y con hijos y que sueñan con rehacer su vida, igual que a los hombres que van de flor en flor todas las noches. Al principio es muy divertido, pero al final es bastante triste.

P.: Dicen que en algunas escenas tuvo que improvisar un poco, poner un poco de su cosecha... Estoy pensando sobre todo en la escena en que tiene que dormir al hijo pequeño de Charlotte, ¡recordaba a uno de sus números cómicos!
G. E.:
Sí, pero todo estaba calculado por James. No me dejó hacer mi propio show, sino que seleccionó lo que le interesaba. Menudo ladronzuelo. Aunque ojo, porque no se queda con las cosas que molestan, ¡sólo quiere los pequeños diamantes! Pero tiene razón, y me gusta esa idea. Ese equilibrio proviene también del hecho de que, durante el rodaje, trabaja mucho en equipo con Sonja, su mujer.

P.: Parece ser que fue ella quien lo eligió para este papel...
G. E.: Sí, es verdad, se ponían límites el uno al otro, y no estaba nada mal. Cuando James se metía demasiado en el slapstick, ella volvía a centrar la película en la historia de amor. Esa mezcla de los dos le ha dado un toque más creíble. De hecho, se puede hacer prácticamente cualquier cosa siempre que la situación sea creíble.


P.: ¿Cómo decide alguien tan pudoroso como usted enseñar las nalgas?
G. E.: ¡Fue toda una novedad! De hecho, había decidido hacer esta película entregándome por completo a su director, sin controlar tanto como suelo hacer en mis espectáculos o en mis demás películas. De todas maneras, enseñar las nalgas no es más impúdico que emocionarse mucho y hacer una declaración de amor. Además, sabía que James seguiría siempre la dirección de la película, que no iría a contrapelo. Y, para ser sinceros, hay una escena en la que Sophie se pone una falda y también se le ven las nalgas... Así que, si ella lo hacía, ¡yo no podía ser menos! Aunque tengo que reconocer que provocamos bastantes carcajadas...

P.: ¿La desnudez en el cine ha sido siempre un problema para usted?
G. E.: Sí, está relacionada con el pudor, y es algo que no se puede explicar. Pero no sólo soy pudoroso en las películas, también en la playa, ¡nunca me pongo en bañador! Es una mezcla entre pudor y complejo, y parece que no mejora con los años... En la película, hay una escena en la que tengo que escapar cubierto con una manta. Como estaba desnudo, me hicieron una especie de pantalón de manta en el que me tenía que meter para que no se me viera nada, estaba ridículo. Entonces, le dije a James que nos olvidáramos de eso, ¡y lo hice a pelo!

P.: Hablando de James Huth, ¿qué es lo que más le ha gustado de su manera de trabajar?
G. E.: Es una persona que provoca cosas que nunca había visto en un ser humano. Una vez terminada la jornada, tras cuarenta y dos tomas del último plano, yo sólo deseaba una cosa: olvidarme de él. Pero cuando llegaba a casa, sólo deseaba una cosa: ¡llamarle! Le llamaba casi todas las noches para preguntarle si habíamos hecho bien al hacer tal o cual cosa, o si pensaba que deberíamos hacer tal otra... Cuando terminamos de rodar, ¡me sentía como si hubiera rodado cinco películas de acción!

P.: ¿Qué le parece su forma de dirigir a los actores?
G. E.: Ha usado sus recursos para intentar sacar toda esa energía que yo tengo en escena. Acercarse a lo que soy realmente, sin artificios. Ése es el problema que tenemos los humoristas cuando hacemos cine. Intentamos alejarnos de lo que somos, cuando realmente lo que tendríamos que hacer es acercarnos a eso. No me refiero a hacer como si fuera un sketch, sino a intentar encontrar la verdad en la comedia. Eso es lo que intenta James. Ha conseguido captar cosas que yo improvisaba, pequeños gestos, palabras, y me gusta que no haya omitido nada. Está muy bien, ¡pero es agotador! Es la película que más me ha vaciado al hacerla y la que más me ha llenado al verla.

P.: La película marca también el encuentro entre el humorista y la actriz favoritos de los franceses. ¿Qué le parece eso?
G. E.: Eso habría que preguntárselo a los expertos de marketing, ¡no a mí! Quizá sea el encuentro entre dos artistas populares, pero yo no veo las cosas así. Todo sucedió de manera natural. Ya me habían propuesto hacer una película con Sophie, pero la idea no era sólo rodar con ella. Yo quería un buen proyecto, porque es alguien con mucho peso dentro del cine. Su trayectoria profesional es muy rica, brillante, particular, impresionante. Y tiene algo más, un no sé qué que los demás no dominamos y que no sabemos definir. Es única, pero no es ningún mito.

P.: ¿Qué recuerdos tiene del rodaje de las escenas de Nueva York?
G. E.: Fue interesante, ¡porque rodamos a lo bruto! Si rodar habiendo cortado las calles ya es intenso, imagínate cuando no has cortado Times Square y te plantas ahí con una cámara, ¡es de risa! Lo recuerdo como una experiencia muy loca, eléctrica. Tengo debilidad por Nueva York. He trabajado allí y siempre me siento muy a gusto cuando voy.

P.: ¿Conocía ya a Robert Charlebois?
G. E.: Sí, nos conocimos en Quebec, donde él iba a ver mis espectáculos. Para mí es un gran poeta y, además, me hace reír.

P.: Ha trabajado con Steven Spielberg, Woody Allen, Al Pacino, Costa-Gavras, Olivier Dahan, Michel Gondry, ¡qué suerte!
G. E.: Sin ánimo de desmerecer ni un ápice la fuerza de las experiencias que tuve y el orgullo que siento de haber trabajado con ellos, en el caso de Steven Spielberg y Woody Allen fueron sólo papeles pequeños. Eso me permitió conocerlos y trabajar con ellos. Pero es cierto que en un corto espacio de tiempo he trabajado con directores muy importantes, cineastas que tienen su propio universo. Igual que James Huth, que también crea su propio universo en sus películas, ¡desde Hellphone hasta Lucky Luke!

P.: Da la impresión de que ha pisado el acelerador en lo que al cine se refiere...
G. E.: No es que haya pisado el acelerador, es que he abierto la puerta del coche ¡y la gente se ha subido dentro!


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Texto: Thierry Colby ©

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