ENTREVISTA A SOPHIE MARCEAU
Protagonista de la película "La felicidad nunca viene sola".


Pregunta: ¿Cuando James Huth le habló de este proyecto de comedia romántica, cuál fue su reacción?
Sophie Marceau: Me encanta James y su forma un poco loca de hacer cine. Es imaginativo, y tiene muy buena energía. Su proyecto tenía buenas cualidades artísticas, no era sólo una historia bonita con buenos sentimientos. Pero le dije que tenía que buscarme a un buen partenaire. Todo dependía enteramente de esa unión... No sé por qué, pero no soy nada fácil de «casar». Estuvimos barajando a varios actores muy buenos, pero en cuanto mencionó a Gad no lo dudé ni un segundo. Tenía que ser él.

P.: ¿Ya lo conocía?
S. M.: No, no lo conocía. Solía ver sus sketches con mis hijos, pero, aun sin conocerle, sentía que pertenecíamos a la misma familia. Su forma de ver a las personas, su trabajo como actor, su sentido del humor, que no cae en la ridiculización ni en el cinismo... me gustaba ese toque humano que tienen sus caracterizaciones.

P.: ¿Cómo fueron sus primeros encuentros?
S. M.: Gad es reservado, le gusta observar, y a mí también... Al principio, me pareció un poco receloso respecto a mí. Pero eso duró poco, y enseguida conectamos.

P.: Como espectadora, ¿le gustan las comedias románticas?
S. M.: Sí, me interesa todo lo que trate sobre la naturaleza humana y las relaciones entre personas, sobre todo entre hombres y mujeres, me parece fascinante. Es un tema inagotable. Siempre hay algo muy íntimo y universal en ello. Esta película trata justo de eso. Es un flechazo entre dos personas que parecen no tener nada en común.

P.: James Huth dice que LA FELICIDAD NUNCA VIENE SOLA es una versión moderna de Los aristogatos. Un poco como volver a ver a O’Malley con Duquesa y los tres gatitos. ¿Qué le parece?
S. M.:
Sí, es lo que decíamos al principio. James es un cinéfilo, y eso se refleja en sus películas. Está inspirado por grandes películas y grandes directores de cine. Aunque LA FELICIDAD NUNCA VIENE SOLA es un poco diferente a sus demás películas, porque le ha dado un enfoque mucho más realista, tiene el sello personal de su puesta en escena.

P.: Charlotte es una mujer que cree en el amor, pero que se ha equivocado...
S. M.:
O a la que han engañado... Es un personaje muy franco. En realidad es bastante aventurera, pero se ha acomodado a una vida un poco conformista. Yo creo que realmente estuvo enamorada de su marido. Además, él no consigue desapegarse de ella. Hay algo fuerte entre ellos.

P.: Han tenido juntos dos hijos, y ella ya tenía una hija de su primer marido, un deportista compulsivo...
S. M.:
El amor es una prueba de tolerancia, no nos enamoramos de una persona porque esperemos que sea perfecta. Si esperamos la perfección, nos decepcionaremos sin remedio. Las historias de amor son pruebas, aprendizajes. En cierto modo, Charlotte ha crecido con esos dos hombres. Sigue en contacto con ellos, aunque la relación con el segundo sea un poco tormentosa. Pero son historias reales, creíbles. Para ella es importante tener una relación, no es una mujer desengañada del amor. No desconfía. La prueba es ese flechazo que siente por Sacha.

P.: Hasta el momento en que eso ocurre, ¡ella no estaba en absoluto preparada para vivir una historia de amor!
S. M.:
Nunca estamos preparados. Desde el momento en que tenemos hijos, ellos dirigen nuestra vida. Tenemos poco espacio para nosotros mismos. Pero cuando el amor llega, nos damos cuenta de que se puede crear. Algunas mujeres salen de una relación vacías, anuladas, y no quieren ni volver a oír hablar de relaciones. Charlotte nunca dice «nunca jamás». Ella cree en el amor.

P.: Se puede decir que entre ellos hay un verdadero flechazo.
S. M.:
Sí, eso es evidente cuando ella lo conoce. Enseguida lo arrastra a su vida, no le esconde nada. Sin duda eso la vuelve vulnerable, pero es una persona que tiene las cosas claras, es mucho más sólida que él. Hace proyectos, sabe lo que quiere. Sacha, en cambio, lo descubre a lo largo de la película. En la escena entre él y su abuela, cuando ella le dice: «es ella», él se da cuenta de que está verdaderamente enamorado. Para mí es la escena clave de la película, cuando Sacha le dice: «¿Sabes lo que hace por las tardes? Toca el piano con sus hijos». Matzü le responde: «Como en las películas de Capra». Y él añade: «Como en las películas que veíamos con Choki». Su abuelo. Ahí está ese sentimiento de transmisión, de pertenencia a un grupo, a una familia que yo represento en la película. Todos necesitamos eso. Él también necesita eso en su vida. Tiene a sus colegas, a todas las chicas que quiera, es libre, pero ¿de verdad le hace feliz esa libertad? No estoy muy segura...

P.: Cuando él descubre que ella tiene hijos, cambia de actitud...
S. M.:
Claro, los hijos dan miedo, ¡sobre todo a partir de cierta edad! La gente que rechaza la familia, la pareja, los hijos, creo que eso viene de la infancia, pero también de un gran miedo o una gran decepción afectiva. Rechazan todo lo que les pueda poner en una situación de vulnerabilidad. Y sin embargo es lo contrario, la familia te proporciona solidez.

P.: En la película, usted se lleva unos cuantos golpes, se cae varias veces... ¡está hecha una auténtica especialista!
S. M.:
¡Me encantan las comedias con slapstick! Es la parte más loca, y a los espectadores siempre les sorprende. También me gusta la parte estoica, como cuando a Charlotte la sorprende una tromba de agua.

P.: ¿Le gusta rodar ese tipo de escenas?
S. M.: La comedia es algo muy físico. Tiene un ritmo, es corporal... Caerse, titubear, correr... ¡me encanta!


P.: Al final parece ser que no necesitó doble para las escenas de riesgo, las hizo usted misma, ¿por qué?
S. M.: Para empezar, no me gusta que hagan las cosas por mí. Es algo que me irrita un poco... Sé que siempre hay especialistas por si acaso, pero lo podía hacer yo. No me da miedo lanzarme al vacío y todas esas cosas...

P.: En una escena aparece en picardías...
S. M.: Sí, con eso me siento mucho menos cómoda. ¡Prefiero mil veces que me lancen tartas a la cara!

P.: Entonces, tuvo que hacer un esfuerzo...
S. M.: Sí, es horrible, porque es algo que no me gusta nada. Acepté porque la escena no tenía nada de indecente. Soy una persona muy pudorosa y tengo mis limitaciones en ese sentido, por lo que tuve que hacer un esfuerzo. Me siento menos cómoda con mi cuerpo que con mis sentimientos. El cine me ha puesto a prueba muchas veces... ¡pero yo sigo sintiéndome igual! El objetivo de James era que yo resultara atractiva. Y no sólo bastaba con llevar un picardías, el personaje también tenía que ofrecerse a aquel hombre, darle placer, la relación amorosa también es eso. Intentar descubrir qué le gusta al otro.

P.: Su personaje tiene un vestuario muy bonito. ¿Era importante para usted saber cómo vestiría?
S. M.: El vestuario también crea al personaje. En una primera fase, hacemos lecturas del guión con el director y los compañeros, y eso nos permite entender las motivaciones del director. En la segunda fase el personaje comienza a encarnarse, y ahí entra el vestuario. James y Sonja Shillito (esposa de James y coguionista) estuvieron presentes en cada ensayo. Mi personaje evoluciona en un entorno acomodado y artístico, aunque la ropa que lleve no corresponda exactamente al prototipo de mujer rica. Es una mujer con buen gusto.

P.: Al trabajar con Gad Elmaleh, ¿hay que aprender a soportar sus bromas y sus puyas?
S. M.: ¡No hay nada que soportar! Gad es un hombre muy vital, es capaz de hacer humor con todo. Un objeto, una frase, una palabra, una situación, un silencio, cualquier cosa, ¡es increíble! Es una cualidad que yo no tengo, y que me impresiona. Sobre todo porque yo soy un poco al contrario, más analítica, más básica, soy bastante práctica. Él llega a abstraerse de la realidad para crear otra. Eso me impresiona. Ha nacido para la comedia. Un día, ¡me reí tanto que me disloqué una vértebra!

P.: Entonces, ¿entiende que sea el humorista preferido de los franceses?
S. M.: No me extraña nada, aunque es una profesión muy difícil de llevar... Cuando todas las noches te aplauden miles de personas, cuando haces reír a la gente, entiendo que tengas ganas de repetir. La vida debe de parecer muy gris tras esos momentos tan intensos...

P.: Esta película supone el encuentro entre el humorista y la actriz favoritos de los franceses.
S. M.: No es casualidad. Nuestros caminos tenían que cruzarse, pero hacía falta que las condiciones fueran las adecuadas. La gente no es tonta. Aunque seas la actriz o el humorista favorito del público, tienes que resultar creíble en tu papel, si no, es un desastre. Hacía falta que la historia estuviese a la altura de lo que la gente espera de un encuentro entre Gad y yo. Y creo que esta película lo plantea de una forma tan natural que hace que todo el mundo se sienta cómodo.

P.: Hay una escena en la que baila con Gad. Durante el rodaje, James Huth no les dijo que música iba a elegir. ¿Se siente cómoda con la improvisación?
S. M.: Cuando hacíamos las lecturas de guión, James nos puso a Gad y a mí en una situación un poco extraña al decirnos: «Os voy a dejar a los dos solos y vais a interpretar una escena. No os conocéis, os encontráis y os ponéis a bailar juntos». Entonces me di cuenta de que Gad se sentía muy incómodo. Yo tampoco es que estuviera muy relajada, pero pensé «al fin y al cabo es mi trabajo», y soy muy obediente... Ahí estábamos Gad y yo, sin apenas conocernos, porque era uno de nuestros primeros encuentros. Yo le dije: «¡Invítame a bailar!». Me di cuenta de que eso no iba nada con él, de que era bastante tímido, pero al menos sirvió para romper el hielo. El día que rodamos esa escena, James puso el disco, y entonces vi a otro hombre. Yo estaba sentada, y vi que Gad se ponía a bailar... Estaba dándolo todo, y yo le seguí. De todas formas, siempre te sientes más a gusto delante de una cámara que en la vida real.

P.: François Berléand interpreta a su marido. ¡Otro papel que parece hecho a medida!
S. M.: Dicen que Berléand es un poco distante, irónico, con un punto sarcástico, pero es curioso, porque proyecta justo lo contrario. La gente lo adora porque sabe que en el fondo hay algo tierno y profundamente humano en él. En algunas escenas saca esa ambigüedad, esa mezcla de sentimientos, pero de una manera muy equilibrada. Y la escena final es muy creíble, porque lo que sale de él es muy auténtico.

P.: ¿Qué tipo de director es James Huth?
S. M.: Puede llegar a ser agotador, obsesivo, ¡pero lo adoro! Desde el momento en que aceptas hacer una película, te adaptas al carácter del director, a menos que sea un mal bicho. Entras en su juego y en su método. James es muy exigente, hace muchas tomas, analiza todo mucho, pero si lo ves desde su prisma, te das cuenta de que es muy correcto, tanto técnica como artísticamente. Se divierte con la cámara y con los actores. ¡Y tiene un entusiasmo a prueba de bombas! Tiene muchas cualidades para crear la puesta en escena, para coordinar a un equipo... Para nosotros los actores es un poco agotador, pero al mismo tiempo su energía nos carga las pilas. Es una persona abierta, te da la posibilidad de hacer cosas diferentes. Acabé el rodaje exhausta, pero sintiéndome en plena forma.

P.: Cuando vio la película, ¿se fijó más en sus escenas que en el conjunto?
S. M.: La primera vez que veo una película siempre tengo la sensación de que no la conocía hasta entonces. Hay muchas escenas que yo no había visto, sobre todo las de Gad, con sus colegas, su abuela, en Nueva York... Cuando la vea por segunda vez empezaré a fijarme en los detalles. Pero soy muy resignada, y me tomo las cosas como vienen. Confieso que me he reído mucho, ¡y tengo ganas de volver a verla! Cumple todos los requisitos de una comedia romántica. Creo que es una película llena de ternura. Y no sólo entre los dos personajes protagonistas, sino también entre él y los niños, sus compañeros, las parejas de sus compañeros, su abuela... hasta los más cínicos dicen que en la vida hay cosas importantes, y eso es conmovedor.


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Texto: Thierry Colby ©

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